El pasado día 8, las mujeres de este país crearon un punto histórico de ruptura, una movilización de una magnitud y profundidad que hace imposible continuar, como sociedad, por la vía de siempre. Desde entonces, sin embargo, y para la sorpresa de absolutamente nadie, no se han producido avances significativos desde lo político e institucional: Si bien la ministra Montserrat se ha pasado el mes presumiendo del Pacto de Estado contra la Violencia de Género aprobado el pasado noviembre, sigue sin dotarlo de presupuesto. Tampoco se han puesto en marcha las reformas legales que conlleva, a pesar de que el plazo de seis meses que se acordó expira a finales de marzo.

Mientras esperamos (el siguiente feminicidio, la dotación del Pacto, las leyes antimachistas, no quiero aventurar qué llegará antes), escuchamos la opinión de los hombres, de algunos hombres, su miedo, su disgusto, su ira, incluso. Su estupidez, también, por qué no. ¿Qué mezcla de todo eso, no sabemos si por nariz o en vena, llevó a Federico Jiménez Losantos a utilizar el asesinato del niño Gabriel Cruz para desprestigiar el movimiento feminista, o a aseverar, basándose en datos falsos, que hay más infanticidas mujeres que hombres? Si bebes, no redactes. También lo digo por textos como el que publicó el otro día ( Querida niñata, 17/03) en estas páginas don Nicolás Gonzálvez, a la sazón proveedor de la Comunidad Autónoma y exempleado de nada menos que la Dirección General de Prevención de Violencia de Género. Su muy completita diatriba contra las mujeres del 8M contiene paternalismo, misoginia, paranoia e insultos de todo tipo, pero mi favorito es lo de que esa niñata odiaba a su padre, «que, probablemente, te compró el móvil desde el que retransmitiste la manifestación» (sick). Sí, sí, tal cual. Mención aparte merecen los señores de la RAE, siempre vigilantes contra ese feminismo que, en su opinión, va a acabar con nuestra cultura. Yo no digo nada, pero con la hipertensión que están sufriendo este mes, corren serio peligro de que el médico les quite la sal en la próxima revisión. Ese Javier Marías defendiendo el vocabulario contra cualquier innovación de género (sobre la entrada de 'modisto' o 'dependienta', o el cambio de definición de 'lujo' a petición de la patronal no tiene nada que decir, sin embargo). Ese Mario Vargas Llosa equiparando feminismo y nazismo como enemigos de la literatura. ¿Pero qué os pasa, troncos? ¿De qué tenéis miedo? ¿De que la sociedad se quite las anteojeras patriarcales para leer, tal vez? ¿Qué problema hay en hablar de la figura de la mujer proyectada en tal o cual libro? ¿No se parece más, vuestra lectura restringida, a esa censura que veis por todas partes, en vuestra contra?

Si la intensidad de los ladridos guarda una proporción directa con la cabalgata, entonces este 8M ha llegado a nivel Valquirias. Me voy con ellas. Ahí os quedáis, machosaurios, cuidado con lo que os metéis. Y tomaos la tensión de vez en cuando. Y ojito con pasarse con la sal.