Hola, ¿qué tal?

Espero que te hayas recuperado ya de estos días de agitación en los que has estado mostrando a todos tu compromiso por la igualdad. Quiero empezar dándote las gracias por la oportunidad que tú y muchas más como tú nos habéis ofrecido estos días en torno al 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, para redimirnos, pedir perdón y reconocer vuestra superioridad moral. Otra cosa, con 'vosotras' no me refiero a las mujeres, sino a todas esas otras niñatas que no habéis leído un texto feminista en la vida, que no sabéis lo mucho que le ha costado a las mujeres llegar hasta donde están hoy y que creéis que la igualdad es gritar que la talla 38 os aprieta ahí abajo. Porque hay mujeres que sí se ven discriminadas, que tienen que aguantar situaciones de acoso, que no pueden compaginar su trabajo con su familia o que sufren la violencia de género. Eso aquí en España, porque en otros sitios las encarcelan por quitarse el velo que imponen los barbudos.

Empiezo ya, querida niñata, con esas cosas que me apetece debatir contigo. He podido escuchar y leer los lemas que coreabas en sororidad. Entiendo que tu padre, tus hermanos, tus abuelos y tus amigos, si los tienes, también serán seres abyectos, violentos y despreciables como el resto de hombres. Tu padre que, probablemente, te compró el móvil desde el que retransmitiste la manifestación por el insta; tu abuelo, que tantas veces te ha recogido del colegio cuando eras pequeña y te ha alegrado la vuelta a tu casa; tus hermanos, que alguna vez habrán tapado alguna trastada tuya (o algo más gordo) ante tus padres. Sí, a todos esos les recordabas que no habías nacido de su costilla, pero que ellos habían salido de esa parte que a ti se te comprime cuando la talla que llevas no es la adecuada.

Tú, querida niñata, víctima de ese heteropatriarcado que no sabías que existía hasta que empezaste a leer a tuiteras que entrarían en una clínica de salud mental por el acceso VIP, nos das lecciones a todos sobre cómo los hombres llevamos oprimiéndote desde antes de que nacieras. Deberías aprender que el verdadero feminismo propugna la igualdad de oportunidades y que la causa de la igualdad no es exclusiva de las mujeres. Porque cuestiones como la conciliación de la vida profesional y privada, la crianza de los hijos o la corresponsabilidad pasan, necesariamente, por implicarnos a los hombres. La contribución de las mujeres a todos los ámbitos de la vida pública es la aportación del 50% de la población y eso, como sociedad, no podemos perderlo ni despreciarlo.

Tú, que lees con fruición, aunque no sepas lo que significa esta palabra, a gente como Barbijaputa, que comparte un tuit que dice que lo mejor que hizo Margaret Thatcher por su país fue morirse, nos enseñas a todos, incluso a tus benditos padres, qué es el empoderamiento femenino. No tienes ni idea de quiénes son la historiadora Carmen Iglesias, la filósofa Adela Cortina, la científica Margarita Salas o la política Loyola de Palacio. Búscalas en la Wikipedia y verás que son mujeres que han trabajado duro, que no lo han tenido especialmente fácil y que se han convertido en referentes en sus ámbitos profesionales. Son ejemplos de constancia y esfuerzo para las mujeres y también para los hombres, porque esos valores son universales, querida. «Y neoliberales», dirás tú. «Cuéntaselo a tu abuela, a ver qué te dice», te respondo yo. Sí, claro, no podemos comparar sus aportaciones con salir en la tele diciendo portavoza.

Oye, voy a hacer un pequeño alto en el camino, porque me acabo de dar cuenta de que estoy dándote demasiadas explicaciones y quiero pedirte perdón por si este artículo te suena un poco a mansplaining. Porque sé que eres supercombativa, tía, pero a la vez muy sensible. Y yo eso sé apreciarlo. Ya ves, cosas de las nuevas masculinidades. Tú, una luchadora nata que está dispuesta a reventar las redes sociales sin despeinarse, cae en esos estereotipos femeninos. ¡Qué contradicciones! ¿verdad? Como lo de salir a gritar «no al capitalismo, sí al socialismo», «abajo Amancio Ortega, abajo Inditex», lemas a favor de Palestina o, en su versión más local, soflamas a favor del soterramiento de las vías, mientras vistes, te manifiestas y te comunicas gracias al capitalismo.

Porque te recuerdo, ya para acabar, que ese capitalismo odioso es el único sistema en el que, a lo largo de la historia, han florecido movimientos feministas y en el que la igualdad entre mujeres y hombres es una prioridad de los Gobiernos y donde no te van a lapidar si un día decides irte con otro que no sea tu novio. Ése el sistema que te permite tener un móvil de tu propiedad y el que ha hecho posible que unos chicos pusieran en marcha redes sociales a las que subes tus fotos con lemas soeces y a las que ya eres adicta. Ah, y no olvides que esa manifa tampoco se podría haber convocado en uno de tus paraísos socialistas, donde los derechos políticos, como el de manifestación, escasean tanto como la dignidad de sus dirigentes.

Te dejo, y ya me despido, una última idea para que pienses: para que exista igualdad, primero tiene que haber libertad.

Suerte y un abrazo a tus padres.