Creo que tenemos motivos para sentir orgullo de lo que pasó el jueves en todo el mundo, y específicamente en este país. Millones de personas, mujeres en su mayoría, de diferentes edades, vivencias e ideologías manifestándose en las calles en defensa de la igualdad es para estar felices.

Pero hay además otro factor especialmente reseñable, y es que no ha habido ningún incidente. Para ser exactos, si buscan actitudes violentas en toda España ese día, sólo van a encontrar dos detenidas en Burgos unas horas por un enfrentamiento de un piquete con la Policía sin consecuencias y tres contenedores rotos en la Universidad Complutense. Ni escaparates destrozados, ni bancos rotos, ni coches rayados... Nada de nada. No sé si tendrá que ver el hecho de que la mayoría de manifestantes fueran mujeres. Y no es que no tengamos mala leche, pero es verdad que en general no nos da por ir por ahí destrozando cosas.

No se trata de demonizar a la mitad de la población y acusar a los hombres de violentos de forma genérica porque no es verdad, pero me reconocerán que hay escenas inconcebibles entre las féminas. ¿Alguien imagina a grupos de mujeres pegándose y lanzándose papeleras a la cabeza en plena calle por ser de equipos de fútbol diferentes? El que haya muy pocas hooligans es sintomático. No vamos a afirmar eso tan manido y paternalista de que si las mujeres dirigiéramos el mundo no habría guerras, pero es verdad que posiblemente habría menos.

Dicen los científicos que, en gran parte, la causa de esta mayor propensión a la agresividad física en los hombres es biológica; la famosa testosterona. Además hay una predisposición genética a resolver los problemas a puñetazos y una cuestión evolutiva heredera de los tiempos en los que los hombres luchaban por ser el jefe de la tribu y procrear con el mayor número posible de hembras mientras las mujeres se dedicaban a socializar entre ellas para garantizar el cuidado de los críos.

Todo esto parece lógico, pero nadie duda de que también es importante la educación, y que no ayuda que animemos a los niños en sus juegos brutotes y enseñemos a las niñas a comportarse como señoritas de trenzas perfectas y rodillas juntas. En aras de la igualdad, debemos huir de estos roles, pero tampoco es cuestión de irnos al otro extremo en el caso de las niñas y que, por evitar que se nos conviertan en princesas, fomentemos su agresividad.

En jornadas como la del pasado jueves hemos evidenciado que las mujeres somos fuertes e independientes, pero también solidarias, responsables y pacíficas.