Ya van dos o tres veces esta mañana que te cruzas en Facebook con noticias sobre Tratados de Libre Comercio. Salen jóvenes con pancartas, algún que otro activista de Greenpeace (o la organización ecologista de turno), e incluso algún meme o tira cómica entretenida, con hombres con maletines, traje y corbata y aspecto malévolo.

Te intriga mínimamente (tampoco tanto, tienes cosas más importantes que hacer) y haces click.

Lees el primer párrafo y cierras la página. Tu cerebro/CPU se ha sobrecalentado: a otra cosa mariposa.

Y es normal, en cuestión de diez lineas te has topado con cosas como «armonización a la baja de las regulaciones», «eliminación de las barreras arancelarias», siglas como TTIP, TAFTA y para terminar de rizar el rizo, trabalenguas en inglés como Investor State Dispute Settlements y más siglas en idiomas extranjeros...

Este es el vocabulario al que la gran mayoría de noticias sobre economía (por no decir todas) nos tienen acostumbrados. Algo así como: «Usted no es un experto, no tiene por qué entender lo que aquí pone. Siga con su día. Gracias».

Esta especie de marco cultural donde la economía se nos presenta sistemáticamente con un vocabulario incomprensible para cualquiera de nosotros (los no-expertos) no es una casualidad. Todo lo contrario, es intencional y se ha ido implantando poco a poco desde los comienzos de la economía moderna.

Joan Robinson (economista inglesa fallecida en 1983) decía que «el propósito de estudiar economía no es adquirir un set de respuestas prefabricadas a preguntas económicas, sino aprender a evitar ser engañado por los economistas». Una economista advirtiéndonos de la importancia de ´saber algo´ de economía, para protegernos de sus trucos y engaños. Polémicas aparte, hagamos el ejercicio contrario.

Imagina que esa misma mañana tu ´click´ te lleva a otro artículo. Uno que viene a decir algo más o menos como esto: tienes un pedazo de tierra muy bonito en un monte de tu región. Has construido una casa de madera y un pozo para sacar agua potable. Eres feliz en la montaña, como Miguelito. Un día llaman a tu puerta unos hombres con corbata (ay, siempre los mismos) y te ofrecen por tu tierra diez veces lo que pagaste. Te lo piensas, es mucho dinero, pero les dices que no porque le tienes cariño a lo que has construido y te gustan los árboles y las ardillas. Los hombres con corbata se van. Al tiempo te llega una carta: te han denunciado. La empresa para la que trabajan sabe que debajo de tu tierra hay gas/petróleo/algún recurso valioso y creen que es su derecho explotarlo. Para que nos entendamos, tu negativa está (y aquí volvemos a vocabularios poco amistosos de los expertos, esta vez jurídicos) vulnerando su derecho al libre comercio y explotación de recursos. Te frotas los ojos. Sí, has leído bien. Gente que viene de lejos, poco importa dónde, reclama el derecho sobre tu tierra (o la de quien sea, dicho sea de paso, incluido el Estado) y a explotarla como ellos vean conveniente. Y ¿en nombre de qué? te preguntas. Muy fácil: un Tratado de Libre Comercio.

Y es que el libre comercio es así, lo principal (valga la redundancia) es la libertad total para comercializar: todo se puede vender, comprar, acotar, valorizar y mercantilizar. Todo es todo, y quien sea que se interponga entre esa ´cosa´ que comercializar y los potenciales comerciantes se convierte en un enemigo del libre comercio, y vulnera los derechos de estos últimos.

Y la cosa no acaba aquí, y en este momento es donde realmente te arrepientes de no haber prestado un poquito más de atención a aquellos artículos tan enrevesados y llenos de términos económicos tan complejos (nótese la ironía). La empresa puede decir: «Vale, no queremos tus tierras ni el mineral bajo ellas pero, como estoy perdiendo una oportunidad de comercio y sus respectivos beneficios, quiero una indemnización».

Y sí, has leído bien (otra vez): la empresa puede exigir dinero por no hacer absolutamente nada. ¿Se entiende mejor así?

Esto, que parece sacado de algún foro de internet sobre teorías conspirativas, es exactamente lo que hacen los tratados de libre comercio. Y no es ningún pronóstico, esto está pasando ya. La diferencia es que hasta ahora pasaba en países lejos de nosotros. Esto, que explicado con palabras sencillas y ejemplos reales parece una verdadera locura, tiene raíces viejas y profundas en el colonialismo y es lo que siguieron y siguen haciendo las empresas de todo tipo (no sólo las extractivistas) con la llegada del capitalismo neoliberal: nada debe interponerse en los negocios de los más ricos.

Ahora, mientras se nos echa encima el cambio climático y sus consecuencias y los recursos de fácil extracción escasean, Comunidades, Ayuntamientos e incluso Gobiernos de países del llamado ´tercer mundo´ se enfrentan en verdaderas batallas jurídicas a las grandes empresas para defender los derechos sobre sus tierras. Derechos que perdieron tras la aprobación de algún tipo de tratado de libre comercio porque cuando éstos ocupaban las portadas de los periódicos nacionales con su vocabulario enrevesado y sus siglas incomprensibles, todos nosotros mirábamos para otro lado, y mientras éste se colaba poco a poco en el sistema jurídico nacional e internacional.

Y sin comerlo ni beberlo una mañana te despiertas y te preguntas por qué están construyendo un pozo de petróleo en el patio de tu casa.