Cuando yo era un crío, en la calle donde vivíamos todo el mundo sabía qué maridos pegaban a sus mujeres. «A María, su Paco le pega», comentaba una mujer con otras sentadas en la puerta de una de las casas, una tarde de verano. «Sí, pero no mucho; solo cuando bebe», decía otra de ellas. Ese 'bebe' significaba emborracharse de vino malo hasta las trancas y, a menudo, después de esa frase, venían consideraciones sobre la vida del marido, «que tiene un trabajo tan malo» o «que está 'amargao' por lo que le pasó en la guerra» (cuando yo era pequeño, en aquellas tardes de verano, tomando el fresco en las puertas de las casas, se hablaba de la Guerra Civil). Es decir, se trataba de encontrar el 'motivo' por el que el hombre llevaba la violencia a los extremos de pegar a su mujer. En aquella sociedad de gente sencilla, asustada todavía por lo que habían vivido en la guerra, esas mujeres maltratadas eran a veces defendidas por sus parientes, pero, en general, no tenían a quién recurrir para que las libraran de las agresiones que sufrían.

Cuando yo era poco más que un adolescente e íbamos a un baile de los muchos que se hacían los domingos en los barrios, a menudo dos chicas salían a bailar juntas y era corriente que dos chicos dijéramos: «vamos a partir la pareja». Nos acercáramos a ellas y tratáramos de que se separaran y cada una bailara con uno de nosotros. Esto no era fácil de conseguir y se veía normal la insistencia hasta que se conseguía o los chicos desistíamos de nuestro propósito. De hecho, no estaba bien visto que las chicas accedieran a la primera, pues parecería que eran 'mujeres fáciles'. Aquello era un acoso en toda regla, pero un acoso normalizado e incluso deseado por las chicas en el juego de atracciones de los sexos porque esto de no ser 'chicas fáciles' debía quedar demostrado por parte de las mujeres en ocasiones variadas. Cuando comenzábamos a salir con una chica, el avance hacia la condición de novio debía ser muy lento. Primero se dejaría coger por la mano tras varios intentos y rechazos. Quizás más tarde admitiría pequeñas caricias, pero el primer beso casi siempre era robado y traía bofetada incluida. Por más deseos que tuviera de caricias o de sexo, ella demostraría su virtud insistentemente hasta que la situación de 'novios formales' trajera consigo un ritual de manifestaciones de cariño que en cada pareja era distinto. Las había que llegaban hasta el final feliz y las que no pasaban del tercer o cuarto capítulo de interacciones sexuales. Este juego de avances reiterados del chico y de negativas de la chica 'acosada' estaba muy bien visto. Ella demostraba virtud, y él interés. Así debía ser para la sociedad de la época.

Cuando yo era un hombre joven ocurrió algo que cambió ciertas cosas en nuestro país: la llegada de las extranjeras a nuestras costas. Las famosas suecas, las alemanas, holandesas, inglesas, etc. venían a Benidorm, Torremolinos o Marbella y los chicos íbamos a estos lugares en busca de las mujeres objeto, aunque realmente no supiéramos qué era exactamente eso. Lo cierto es que tan 'objeto' eran ellas como lo éramos nosotros para ellas, pues claramente buscaban tener su romance con un español, y lo llamo 'romance' por no decir la palabra polvo que queda más fea. La utilización era mutua y para nosotros estupenda. Si quieren usarnos y luego tirarnos mejor que mejor. Este fenómeno de las mujeres extranjeras cambió la mentalidad de muchas mujeres españolas. En estos días en los que, por fin, hablamos de los problemas reales de la Mujer, he querido escribir esto para que se vea cómo los conceptos cambian. La barbaridad inadmisible del maltrato ha existido siempre y lo peor ha sido el tratar de justificarlo, el buscar excusas para un comportamiento repugnante. Las ideas de acoso, de utilización de la mujer como objeto sexual, etc. han ido evolucionando incluso en un periodo corto de tiempo como puede ser mi vida. Que sirvan estos apuntes para valorar lo que se ha conseguido cambiar, y lo que queda por hacer. En esos avances estamos comprometidos muchos, hombres y mujeres, y como dijo Martin Luther King: «We shall overcome» (Nosotros venceremos).