Antes, cuando éramos diferentes, las mujeres eran mejores que los hombres. Ahora, cuando la diferencia se ve como una imposición del sistema heteropatriarcal, parece que ellas quieren ser como ellos, pero también contra ellos. El feminismo responde a una realidad incontestable: la discriminación de las mujeres en muchos aspectos de la vida social.

Sin embargo, se equivoca en la interpretación que hace del problema y en la visión general que plantea de un mundo distinto. Por eso, aunque haya sobrados motivos para la protesta, los discursos de la movilización son difíciles de asumir.

Lola García hablaba en el periódico del lunes de 'sororidad', una palabra nueva que viene a definir el feminismo contemporáneo poniendo el énfasis en una llamada a la unidad de las mujeres. En esa nueva forma de entender el feminismo yo veo un empobrecimiento del movimiento, de la misma forma que el propio término sororidad debilita la palabra de la que proviene, la más integradora 'fraternidad'. Plantear así las cosas, como un enfrentamiento entre dos bandos identificados por el sexo, es un síntoma de cómo el feminismo ha optado por masculinizar a las mujeres en lugar de feminizar el mundo. Lo hace cuando pretende medir el éxito de las mujeres con los mismos parámetros de este mundo patriarcal que denuncian: los salarios y el poder.

Las mujeres tienen más fuerza que nunca porque a la fuerza que les da su diferencia se le ha añadido la consideración ganada con los avances de los países desarrollados. Sin embargo, las feministas se empeñan en verse como víctimas de un sistema represivo que les impide acceder a un territorio colonizado por los hombres. De ahí la exigencia de paridad en la política y en las empresas.

¿Pero de verdad creemos que el poder cambiará por el hecho de que lo ejerzan mujeres? ¿Hace falta poner ejemplos de cómo, instaladas en él, las mujeres se comportan exactamente igual que los hombres?

Las mujeres han ganado mucho y todavía deben ganar mucho más, sobre todo con la supresión de los obstáculos que frenan su desarrollo en el mundo laboral, pero deberían preservar aquello que siempre han tenido y les hace diferentes: su preferencia por un modo de vida que armoniza lo social con lo individual, el contacto con las personas y el sentido de la solidaridad y del cuidado. Su fuerza está en la diferencia y somos los hombres los que deberíamos imitarlas.

Como dice Susan Pinker, en el mundo de hoy es difícil saber cuál de los dos sexos sufre más.