Cuando me animé por primera vez a escribir un artículo de opinión en las páginas de este periódico tuve que decidir primero qué nombre quería que tuviera mi sección. Es este un aspecto formal y probablemente trivial, pero a quienes nos dedicamos a escribir nos suele gustar dar un toque personal y especial a esa pequeña elección que puede acompañarte años, a veces toda una vida. Di vueltas a decenas de posibilidades hasta que una noche mi vista se paró en el lomo de un pequeño libro que leí en mis años de universitaria: Una habitación propia, de Virginia Woolf. Se trata de un ensayo, producto de una serie de conferencias, en los que la autora defendía la necesidad de que las mujeres tuvieran autonomía económica para poder dedicarse a la literatura. A lo largo de las páginas de este ensayo, la escritora defiende que es esta falta de independencia y las limitaciones de acceso a la educación lo que ha impedido a lo largo de la historia a muchas mujeres desarrollar todo su talento de igual manera que un hombre. Y en el mundo en que Woolf vivía todo empezaba por tener una habitación; un espacio privado y del que nadie más tuviera la llave. Allí podrían crear.

Para mí esa habitación, ese espacio de libertad creativa y desarrollo profesional han sido las páginas de este periódico. En LA OPINIÓN empecé mi carrera como una becaria que soñaba con escribir historias y ver su nombre firmando artículos que pudieran ayudar a la gente. Lo conseguí. A lo largo de más de catorce años en estas páginas he podido crecer como periodista y mi visión de la vida ha ido enriqueciéndose a medida que mis dedos tecleaban las miles de palabras que han dado forma a todos y cada uno de los reportajes, crónicas, noticias y artículos que he publicado durante casi tres lustros.

Esta es una profesión canalla; que te atrapa en horarios infinitos, debates bizantinos y absurdas guerras, pero que consigue engancharte sin remedio el día que descubres la satisfacción de poder dar voz a quienes defienden causas justas o trabajan para hacer una sociedad mejor. Creo que no debe haber otro oficio en el que casi casa día uno escuche a algún compañero decir: «Lo voy a dejar». Pero al día siguiente vuelves, porque por muy dura que sea esta profesión la volveríamos a elegir una y mil veces. Es lo que tiene la vocación, que es algo así como el amor, cuando te toca poco puedes hacer para luchar contra él.

Claro que el amor también pasa por sus fases y en la vida son necesarios los cambios para seguir creciendo. Para mí este romance con el periodismo entra en otra etapa. Dejo la redacción de LA OPINIÓN con un nudo en la garganta que presiento llevaré conmigo durante mucho tiempo. A partir de ahora mi vocación será la de comunicar todo lo que la Universidad de Murcia aporta a nuestra sociedad, que es muchísimo. El reto es grande e ilusionante.

De tanto en tanto seguiré abriendo la puerta de Una habitación propia, mi espacio creativo. Han pasado los años y cada vez me gusta más la elección que hice. El texto de Woolf sigue siendo vigente, con los matices, claro está, del paso del tiempo. Los avances para la igualdad de la mujer desde que ella escribió su ensayo han sido innumerables, pero aquí estamos, otro 8 de marzo más reivindicando visibilidad e igualdad. Y los que quedan.

Mi pequeña acción de hoy es la de recomendar a todas las jóvenes que quieren escribir o dedicarse al periodismo que lean a Virginia Woolf. Saber de dónde vienes te hace estar determinada a no dar ni un paso atrás.

Y una petición: para reclamar la visibilidad también hay que ejercerla. Si vas a escribir firma tus textos creativos, periodísticos o académicos con todas las letras de tu nombre. Quizá te parezca una tontería, pero cuando vemos un texto firmado con iniciales instintivamente tendemos a pensar que es de un hombre. A mí me costó aprenderlo. Sigamos aprendiendo.