Marzo es un mes sin personalidad climatológica, con la única excepción del viento obligado lo que le hace aparecer como un mes anodino en el taco del almanaque. Sin embargo, a marzo le sobran recursos para hacer valer su carisma en el concierto de los meses. Marzo es quien regula el fin del invierno, la venida de la primavera. Y de ésta sí se habla, y se escribe, y se canta con alborozo. Cuando se piropea a la primavera no se tiene en cuenta al árbitro encargado de administrarla, que es marzo.

La personalidad de marzo la acaparan todos los Pepes del mundo, y no nos dejan a los demás ver nada, fuera de que ese mes conmemoran su santo. Quien no se llame Pepe, que no espere encontrar ningún atractivo a este mes en curso, con la salvedad que deparan los acontecimientos, casi siempre lúgubres o esperpénticos, que nos narran los noticiarios: Puigdemont y los suyos, que ya aburren a las ovejas que pastan en los grises paisajes. La Cuaresma, que debía de excluir a los pensionistas de la penitencia del ayuno y la abstinencia, dado que las clases pasivas se ven obligadas a ayunar y abstenerse de todo a lo largo del año, por obra y gracia de unas pensiones de miseria. Algo que pone de manifiesto el olvido de las más elementales normas de urbanidad, las que nos enseñaron en la infancia y hablaban del respeto debido a los mayores por edad, dignidad y gobierno. Triste panorama, sobre todo cuando se despilfarra el dinero en sueldazos y chuminadas en un mes en el que apunta el azahar y en el bancal nacen jacintos y rosas.

Hasta lo alto del monte, por los senderos que conducen al Valle y bajan hasta el Verdolay llegan los ecos de bocinas y tambores lejanos. Sonidos de ensayo pasional que rompen la monotonía del tráfico rodado que circula por la autovía en un ir y venir apresurado y estresante que conduce a ningún sitio. Tan solo el redoble de esos tambores y el sonido de las trompetas nos une al pasado, a la tradición ancestral y con ella a la obra magna y sublime de don Francisco Salzillo y Alcaraz, de quien se cumplen 235 años de su muerte, acaecida en un mes de marzo.

El cadáver del inmortal Salzillo fue sepultado en la iglesia de Capuchinas de Murcia. He aquí su partida de defunción, parroquia de San Pedro, libro segundo, folio 229 vuelto: «En la ciudad de Murcia en dos días del mes de Marzo de 1783, murió y se enterró al día siguiente en el Convento de Religiosas Capuchinas de dicha ciudad a don Francisco Salzillo y Alcaraz, viudo de doña Juana Vallejos y Tahibilla; habiendo recibido los Santos Sacramentos de Penitencia, Eucaristía y Extremaunción; hizo su testamento ante Juan Mateo Atienza, escribano de número de dicha ciudad, dejando por su universal heredera a su hija doña María Fulgencia Salzillo y Vallejos, y por su alma, la de sus padres, abuelos, ánimas del Purgatorio y penitencias mal cumplidas, 150 misas rezadas y sacado el tercio para la parroquial de San Pedro, donde era feligrés las demás a voluntad de sus albaceas, como más largamente consta todo de su testamento, y en fe de ello lo firmo. Doctor Juan López Muñoz». (Hay una rúbrica).

Es bueno recordar el arte genial de su gubia ahora que llega una nueva Semana Santa, la que se anuncia y escucha con el eco de los tambores en el último rincón de los montes cercanos.