Cuando dices cómo va la cosa te refieres al cáncer de mi padre? me responde mi primo Abelardo para hacerme ver que en los nuevos tiempos hay que llamar las cosas, valga la redundancia, por su nombre para denominarlas y, ante todo, poder dominarlas. O bien cáncer o bien la puta cosa que se está llevando a mi tío Pedro. Da grima observar cómo la más célebre enfermedad de la historia de la humanidad se resiste a ser extirpada, convirtiéndose en la mayor deshumanidad para el que lo sufre y el conjunto de la sociedad. Provoca sudores fríos que en pleno siglo XXI aún no se haya podido vencer a este enemigo por, en primer lugar, los recortes en investigación propios de una política austera que lo hace todo añicos. Hace unos días hemos conocido que, a nivel nacional, los presupuestos en I+D se han reducido un 36% desde 2009. Un tijeretazo que, en el mismo periodo, sube hasta el 57% si la referencia es el dinero que destina el Gobierno regional de Murcia a la ciencia. «Investigar en España es llorar», que argumentaba Unamuno sin conocer la diáspora de jóvenes que actualmente salen de nuestro país hacia otros lares para aplicar sus conocimientos a un futuro mejor. Ni imaginar cabe que todo sea un interés de las farmacéuticas para mantener la agonía, aunque todo es posible dada la sensibilidad de la que siempre han hecho gala este tipo de empresas. A la falta de investigación se une la ausencia de una atención o divulgación de los buenos hábitos. Una llama que mantienen organizaciones no gubernamentales como la Asociación Española contra el Cáncer que, con sus escasos medios, suple en parte la falta de inversión de la administración y encarna la esperanza en la recuperación. Junto al cáncer físico está el de carácter moral, aquel que corrompe nuestro estado de bienestar por la adulteración de lo público. Ni en uno ni en otro se atisban síntomas de recuperación, pues el combate necesita del concurso de cada uno de nosotros. ¡Qué cosas!