El paisaje impresionista es un bien natural; blanco de matices que llega al azulado en las distancias. La nevada sobre los llanos, sobre los árboles, con las carencias de los troncos en vertical, es una tentación para los ojos, acostumbrados a mirar hacia los suelos grises. Estos días fríos han traído nieve sobre templos y catedrales, sobre puntiagudas cúpulas de piedra barroca o renacentista, gótica y plateresca. España es la novia en estas jornadas de invierno; sobre montañas y caminos que han cesado en su color habitual de sienas tostadas y almagras, de verdes de vinagrillo. En nuestra región, los copos han revolucionado atmósferas de almendra, vuelos imposibles de abejas dulzonas, ha sido una llamada a la infancia y al juego aunque el hielo alimenta el peligro en nuestros desplazamientos llevados por la costumbre rodada o caminante.

La historia del arte está llena de obras de los grandes maestros que se endulzaron los sentidos ante la nieve; pintándola con caliente temperatura para salvar la decadencia del aire y la temperatura. Sé que en estos tiempos escribir de la nieve, del paisaje compuesto, de tejados blancos, de hielos que gotean no es decir mucho de nuestras preocupaciones cotidianas; quizá sea ese el motivo que me haya hecho, precisamente, abrir la ventana para ver mi alrededor como nunca, novedosamente aterciopelado de blanco.

A los grajos y a los mirlos les gusta la nieve, las huellas de sus plumas; los observo en sus gorjeos multiplicados; debían, quizá, tener sed de belleza, o tal vez simplemente de agua para contrastar sus sombrar negras sobre el nuevo y fugaz hábitat que propone la naturaleza caprichosa. He oído a Satie interpretando esta melodía de la melancolía; los caminos rayados por el paso del ser humano en busca de quién sabe qué. La preciosidad está expuesta en el mapa de la vida y los pinceles preparados raudos a atrapar el momento. También, claro, la imagen vertiginosamente digital de nuestra cámara que se ha convertido en un ombligo imprescindible.

Al acontecimiento le ponemos fecha, recuerdo, ya permanente; nos referimos en el futuro, al pasado, de nevada en nevada. El mar y la nieve, juntos, tienen una fotogenia especial, aprehensible a las sensibilidades más duras: no digamos de los tiernos de alma que tiemblan ante la novísima presencia. Los capiteles y los palacios nos dibujan una nueva e inédita arquitectura del sortilegio celestial.

Por una vez, el impresionismo es el arte por excelencia hoy, efímero, pero eterno, como son la luz y el color: este color blanco que azulea si lo miramos desde dentro de nosotros mismos.