La Universidad, al igual que la sociedad, se rige por estereotipos de género, con la particularidad añadida de que siendo una estructura de poder, la desigualdad entre hombres y mujeres es aún más visible y contradictoria, si cabe, que en otros ámbitos sociales pues los hombres, tradicionalmente, se han apropiado de los estratos de autoridad social.

Desde los años 60, con lo que se llamó la tercera ola del feminismo, la sociedad, y la Universidad como parte de ella, ha experimentado avances que, aunque insuficientes, resultan significativos. Hubo épocas, no tan lejanas, en las que las mujeres, por el mero hecho de serlo, tenían vetado el acceso a la Universidad como estudiantes, y no digamos ya como docentes. Siendo cierto que hemos avanzado partiendo de oscuras situaciones felizmente superadas, queda aún un largo trecho que recorrer.

Si analizamos a grandes rasgos el sistema educativo de nuestro país, comprobaremos que las estudiantes son mayoría en casi todas las titulaciones universitarias, a excepción de las Ingenierías, tanto en los títulos de Grado, como en los de Máster y Doctorado. En el profesorado, mientras que en educación primaria las maestras son la inmensa mayoría, y en enseñanza secundaria se aprecia un porcentual equilibrio entre profesoras y profesores, en la Universidad, aunque no de forma exagerada, se invierte esta tendencia ya que el 43% del personal docente e investigador de la Universidad de Murcia, en general y sin atenernos a categorías, son mujeres; sin embargo, de un análisis más pormenorizado comprobamos que únicamente el 27% son catedráticas, el 41% titulares, y conforme vamos descendiendo en estatus docente y en precariedad laboral, el número de mujeres aumenta a la par que disminuye el de los hombres. Si profundizamos todavía un poco más y nos centramos en los cargos de responsabilidad, el resultado es todavía más desalentador. No ha habido ninguna Rectora en la Universidad de Murcia en sus cien años de historia, y sólo en una ocasión hubo una candidata que finalmente no fue elegida, la profesora, ya jubilada, Elena Quiñones. Centrándonos en el resto de Universidades españolas comprobamos que los datos no son mucho mejores pues de las cincuenta Universidades de titularidad pública que hay en España, sólo la Universidad de Granada está dirigida por una mujer, Pilar Aranda. Son también escasas las decanas de Facultad, las Directoras de Departamento o de Grupos de Investigación y cargos de rango similar.

En el sector de Personal de Administración y Servicios, sin embargo, las mujeres son el 60% de la plantilla, si bien, por el contrario, resulta sorprendente que las Jefaturas de Servicio o de Área estén ocupadas muy mayoritariamente por hombres. No es lógico que si la mayoría de la plantilla son mujeres los puestos de mayor rango estén ocupados mayoritariamente por hombres.

No se entiende tampoco que las mujeres alcancen elevados niveles de formación y competencia y, sin embargo, se vean relegadas a los puestos menos relevantes del estatus social, intelectual o económico, entre otros. Sin duda, la dedicación adicional y a menudo exclusiva en las tareas domésticas y familiares que tradicionalmente han sido desempeñadas por mujeres, la tendencia a que sean ellas, casi siempre, las que concilian el trabajo fuera de casa con la vida familiar, las que reducen la jornada laboral para cuidado de hijos e hijas o de sus mayores o dependientes, las que solicitan excedencias por los mismos motivos o aceptan las reducciones de jornada y los trabajos más precarios, condiciona el avance y el progreso de las mujeres en igualdad de condiciones. CC OO y UGT ponen de manifiesto algunos datos sonrojantes, como que siete de cada diez fijos discontinuos son mujeres, que el 75% de los contratos a tiempo completo son ocupados por hombres, que la brecha salarial en la Región de Murcia es del 36%, mayor que la media nacional que es del 23%, que son las mujeres las que ocupan los empleos más precarizados, los temporales, los peor pagados, y esto es algo que ocurre en el mundo laboral fuera de la Universidad pero, también, dentro de ella. ¿A esto es a lo que se refería nuestro presidente del Gobierno cuando dijo que no nos metamos en asuntos que no nos competen? Sería justamente lo contrario ¿no cree, señor presidente? A eso es a lo que debe dedicarse precisamente un Gobierno, el de la nación, el de la Región y el de la misma Universidad, a corregir las injusticias, a impulsar políticas públicas que fomenten una vida más igualitaria y más justa, no a dejar que todo evolucione por su propia inercia al arbitrio de los poderes fácticos para su propio beneficio.

La Universidad debe ser un lugar de reflexión, de análisis, de investigación y de vanguardia del conocimiento en todos los ámbitos y, por consiguiente, también en el ámbito de la igualdad de género. La Universidad, por tanto, debe ser la encargada de liderar un cambio en la sociedad, ser la impulsora de los valores de justicia, equidad e igualdad de oportunidades que deben impregnarla.

En este momento nos encontramos en plena campaña electoral al rectorado. Es la primera vez en la historia de la Universidad de Murcia que concurren a la misma cinco candidatos, algo que hace más compleja la tarea de decidir, pero es nuestra responsabilidad, la de todos y todas las que participamos en esta elección, contrastar los distintos programas electorales y conocer a los equipos que acompañan a los candidatos para, así, poder elegir la mejor opción, la candidatura capaz de conducirnos hacia esa Universidad diferente, de vanguardia intelectual y social del territorio en que se inserta; la Universidad pública, íntegra y ejemplar, que todos ansiamos.

Queremos dejar claro, además, por todo lo expuesto, que la candidatura de José Antonio Gómez al Rectorado de la Universidad de Murcia, de la que formo parte, apoya la huelga internacional convocada para el 8 de marzo,