Yo puedo comprender que los vecinos de determinadas zonas de la ribera del Mar Menor quieran tener una playa libre de fangos y que pidan su limpieza. Es natural y es humano. El planteamiento es casi un silogismo: Tengo una playa llena de fango, la limpio y entonces tengo una playa libre de fangos.

Sin embargo, desafortunadamente, me temo que la cosa no es tan sencilla. Lo primero que cabría preguntarse es qué hay debajo del fango. ¿Arena? No creo. Probablemente lo que hay es más fango y un sustrato anacrónico recubierto de los restos más anacrónicos todavía de una cubierta vegetal en retroceso. También tocaría preguntarse qué pasa momentos después de retirar el fango de un determinado sitio. ¿La limpieza cambia la hidrodinámica que hace que esa zona tenga fango? Tampoco lo creo y, por tanto, en poco tiempo la zona volverá a ser fangosa. ¿O es que la arena que por toneladas traen los caudalosos ríos que van a desembocar en el Mar Menor se depositará, beneficiosa, en estas lindes costeras? ¿No será más bien que la próxima tormenta volverá a arrastrar las tierras agrícolas del entorno que enfangarán la ribera y que el movimiento interno de los sustratos de la cubeta se empeñará en re-enfangar lo antes enfangado?

No le demos vueltas. El fango del Mar Menor ha llegado para quedarse a no ser que encontremos soluciones integrales a los problemas de todo el conjunto. Cualquier otra cosa no sería más que un parcheo y, además, muy caro. El Mar Menor o tiene soluciones globales, que no pueden sino pasar por decisiones y estrategias valientes o estos inconvenientes no tienen arreglo. De todas formas eso no significa que haya que renunciar completamente al parcheo y, por tanto, a retirada de fangos, de forma muy puntual, por imperiosas razones turísticas y con técnicas muy contrastadas.

La retirada de los fangos, además, puede ser contraproducente precisamente hacia el principal problema del Mar Menor que es el de la turbidez de las aguas y todo lo que ello trae consigo. Remover el fondo resuspende la materia orgánica y los nutrientes inmovilizados en los fondos y vitaliza el proceso de eutrofización en la columna de agua. Por eso hay que ser particularmente prudente. Y por eso también ha sido tan desafortunado el proyecto de celebrar el campeonato, en marzo, en Los Alcázares, de Endurance Flysky (como es sabido, un deporte tan tradicional por estas tierras como la petanca), que se basa en una especie de tabla cuyos potentes chorros de agua, orientados claro está hacia abajo, permiten al deportista volar acrobáticamente, mientras más abajo los chorros remueven todo lo removible en una cubeta de agua que, no lo olvidemos, tiene una profundidad mínima. Menudo mensaje para los tiempos que corren.

El cartel del primer campeonato de España de esta cosa, con su tabla, su súper lancha y sus helicópteros ponían los pelos de punta si imaginamos, como es el caso, que el agua que hay en el póster son las de nuestro pobre Mar Menor. La iniciativa ha sido razonablemente clausurada.