Señor Ex-presidente de la Generalidad de Cataluña:

Debo agradecerle, en primer lugar, los saludables efectos que su actuación política de estos últimos años ha tenido para España. Los españoles de bien llevaban aletargados desde el inicio de la democracia, penosamente alienados por una identificación entre franquismo y nación española que ustedes, los nacionalistas, y sus compañeros de viaje de buena parte de la izquierda, habían conseguido instalar entre las verdades de las que no se podía discrepar. So riesgo de ser inmediatamente tildado de nostálgico y facha, y condenado al ostracismo social y personal. Declararse español en España resultaba un asunto sospechoso.

Pero gracias a los separatismos, los españoles, incluida la izquierda más sensata, que, como Lope, «ha vuelto a la razón perdida», han visto con claridad quiénes eran los verdaderos fachas, los totalitarios, racistas y golpistas que venían a sustraerles sus derechos democráticos, la igualdad ante la ley, y el derecho a decidir entre todos lo que siempre fue de todos: la Constitución, el marco legal que sostiene la libertad.

Su nostalgia por Franco (que ya sólo vive en ustedes), seguramente porque entonces Cataluña y Vascongadas eran las joyas industriales de la Dictadura, o su fijación por volver a un pasado anterior a 1714, con sus estamentos y sus leyes viejas, delata el fondo nazifascista de su visión del mundo, ese resentimiento hacia una historia que reinventan y creen no haber merecido. ¡Ah, qué mala es la frustración imperial, sobre todo cuando ni siquiera se ha sido nunca un imperio! Ya sólo nos falta que los partidos políticos, al menos los que no siguen en el bando de la cizaña, salgan de su asnalidad y decidan, de una vez, acabar con los privilegios, las prebendas económicas y las excepciones legales que han convertido al resto de España en neocolonias comerciales y políticas de los nacionalismos.

En el camino, las banderas de España, las de todos, han dejado de ser emblemas discutidos para recuperarse como expresión de un sano, y muy moderado, nadie se altere, orgullo nacional. Los españoles hemos comenzado a preguntarnos por qué todo el mundo puede sentir afecto por sus símbolos nacionales (sin sentir odio por los de los demás, que es lo que nos diferencia de ustedes) menos nosotros. Por qué nuestra bandera, la representación de una democracia moderna y europea no podía lucirse con normalidad. Gracias, Puigdemont, por haber logrado que hayamos aprendido la diferencia entre una bandera constitucional de unión y una bandera golpista de odio, la estrellada, la suya, que, además, le han usurpado a la Corona de Aragón. Pero es que parece que la usurpación es uno de sus rasgos identitarios más reconocibles.

Nosotros, sin embargo, no somos nada identitarios. Aquí no se le analiza la sangre a nadie ni se le mide el cráneo, cuyo tamaño no es el único parámetro para medir el talento, y hay pruebas patentes de ello. La única identidad que nos preocupa es la de una razonable prosperidad para todos y la de la alegría de vivir entre y con los demás. Somos un pueblo mestizo, Puigdemont, a Dios gracias. Estamos vacunados, por ello, contra nazis y contra purezas étnico-lingüísticas como las que ustedes exhiben para justificar su dominio de grupo, de casta, sobre el resto de los catalanes. Aquí se mezcló todo el mundo: cartagineses, iberos, romanos, visigodos, bereberes, árabes, bizantinos, castellanos, aragoneses, genoveses y? catalanes. Muchos de los que vinieron con Jaime I y con Jaime II unos años después, y que se quedaron. Somos, además, una región con multitud de paisajes y querencias distintas, una España pequeñica, frontera de todo, collage y batiburrillo. Y fueron luego, como usted debe saber, muchos miles los 'mursianus', acaso descendientes de aquellos guerreros medievales, los que volvieron a Cataluña a dejarse la piel para crear la riqueza de que hoy presumen ustedes.

Por último, y no menos importante, han conseguido ustedes que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado sean definitivamente identificados con la defensa de la libertad, la democracia y la igualdad. Ellos son, y lo son con sus cientos de muertos a manos del terror de otros nacionalistas, los que desde hace 40 años se han jugado la vida por nuestras libertades. Ahora lo hemos visto, ahora que caemos en la cuenta de que no han recibido más que insultos, desprecio, aislamiento social para ellos y sus familias, y un salario más que discriminatorio con respecto a otras policías 'de partido' que nuestros gobernantes consintieron a mayor gloria del nacionalismo. En realidad, si sigo escribiendo, me voy de España, porque no se puede ser tan cretinos durante tanto tiempo, haberles concedido tantísimos privilegios, seguir aún insuflándoles fondos, y hasta intentando pactar una vez más con un PNV detestable. Nada hay más carroñero que el nacionalismo, que siempre acude a comer en las heridas.

Por eso, señor Puigdemont, con todo el respeto que no se merece, le agradezco la oportunidad que les ha dado a los hosteleros de la Costa Cálida de mostrar gratitud a quienes, como los policías y guardias civiles desplazados para contener el golpe de Estado, fueron hasta expulsados de los hoteles, en una muestra de ejemplar xenofobia contra las razas inferiores: mesetarios, 'mursianus' o 'desestructurados andaluces', en palabra de Jordi Pujol, Líder Supremo.

En fin, el gesto de nuestros hoteleros nos enorgullece a todos. Un pequeño acto de gratitud por el sacrificio de unos funcionarios que fueron a Cataluña a defender, sobre todo, no nuestra libertad, que también, sino la de los millones de catalanes a los que ustedes han despojado de sus derechos (hasta haber expulsado su lengua de la vida oficial y la enseñanza), para mantenerlos como grupo de eternos nou-vinguts frente a los legítimos dueños de Cataluña. Por supuesto, ustedes, la raza elegida, los catalanes 'viejos' sin mancha de sangre impura ni apellidos acabados en 'z'.

Es en ellos, en esos millones de catalanes extraordinarios, «extranjeros en su país» ( Antonio Robles), en quienes pensamos cuando defendemos la Constitución, hace unos días eliminada en su pueblo hasta del callejero. Usted no les representa, por supuesto. Usted no es ejemplar en nada, salvo en su cobardía. Muchas gracias por servirnos de contraste.