Era la víspera del gran día del Carnaval y Mariano Rajoy surgió como una aparición en la calle del Carmen, en pleno centro de Cartagena. Por un momento, pensé que se trataba de una persona disfrazada, aunque no me hizo falta tirarle de la barba para cerciorarme de que no era un traje magistral, sino el presidente del Gobierno en carne y hueso. Además, iba junto a nuestro presidente regional, Fernando López Miras. Caminaban por el centro de la vía, quizá sea mucho decir que exhibiéndose, pero sí con cierto brío, como rompiendo la calle y aparentemente ajenos a las múltiples miradas que se centraban en ellos. Los más atrevidos se acercaban para pedirles un selfie. Accedían y posaban sonrientes, como las estrellas de rock o de cine. Venían de abrir boca en La Tartana, en la terraza que el emblemático restaurante tiene en la Puerta de Murcia, como si el intenso frío de esa noche no fuera con ellos, como si sus trajeados atuendos de superpolíticos les protegieran contra los elementos. Su destino era La Marquesita, donde además de saborear las delicias de este selecto establecimiento, prosiguieron con la sesión de poses para agradar a todo el que solicitaba una instantánea.

A la mañana siguiente, cambiaron la chaqueta por ropa deportiva para cumplir con la costumbre del presidente de caminar. Bien aconsejados, trazaron la ruta por el Monte de las Cenizas, que embelesó a Rajoy y lo animó a elogiar los bellos paisajes de Cartagena y sus alrededores en Twitter. La visita por sorpresa a Cartagena fue previa a su asistencia a la boda del hijo de un amigo, donde, más que probablemente, la presencia del presidente restaría algo de protagonismo a los novios, sobre todo, cuando se puso a bailar con entusiasmo 'Mi gran noche'. El baile, rodeado de algunas invitadas igual de entusiasmadas, ha recorrido el país y parte del extranjero.

Nada que objetar a que el presidente del Gobierno disfrute a su antojo de su vida privada, de ese tiempo de ocio tan necesario para todos, quizá incluso más para quien adopta decisiones importantes, para quien tiene en sus manos el presente y el futuro de nuestro país. Y entiendo que le guste bailar y se pegue la fiesta en una boda, como hemos hecho tantos de nosotros. Sin embargo, el cargo lleva la carga (que no se confundan las portavozas y los activistas del lenguaje igualitario) y Rajoy debería esmerarse en dar una imagen menos frívola. Porque con la que les está cayendo y con la que les resta por caerles, somos muchos los que preferimos una actitud más seria y respetuosa. No digo que camine compungido, pero una cosa es ser cercano a la gente y otra muy distinta mostrar cierta altanería, algo en lo que caen muchos que presumen y se ocupan más del cargo que de la carga. Y no pasa nada porque el presidente se marque unos bailes, pero puede antojarse un tanto obsceno, sobre todo, porque en el mismo telediario en el que lo ves menearse, desfilan algunos sinvergüenzas con los que ha compartido siglas y quién sabe si alguna fiesta. Además, no creo que estén para muchos bailes ese casi 30% de murcianos que siguen en riesgo de pobreza, según el estudio del IMAS.

Flaco favor le ha hecho Rajoy a sus colegas de partido en Cartagena con esta inesperada y ociosa visita, especialmente, porque apenas un mes y medio antes estuvo en Murcia, esa vez de forma oficial, para anunciar una lluvia de millones destinada a construir el bypass en la capital de la Región, pero ni una sola propina para los cartageneros, más allá de que algunos dados al radicalismo absurdo se darán por satisfechos con esquivar a sus vecinos del otro lado del Puerto de la Cadena. Además, tanta pose sonriente y tanto baile desenfrenado no parecen lo más adecuado para ganarse simpatías en estos momentos en los que están en juego la unidad de España, la aprobación de los Presupuestos del Estado y hasta nuestra gramática con tantos tontos y tantas tontas. Dudo de que así vaya a remontar la caída que está experimentando el PP en España, también en Murcia, donde como reflejó a la perfección el matutino Sabiote, el sol deja de ser amarillo y el paisaje para las gaviotas se torna cada vez más anaranjado.

Tal vez lo del monte de las Cenizas era una metáfora y, aunque faltaban unos días para cumplir con la tradición cristiana del inicio de la Cuaresma, Rajoy vino a imponérsela a los populares de la ciudad portuaria para que sean conscientes de que el camino que les queda de cara a las próximas citas electorales va a ser de penitencia. Y por si no hay bastantes piedras en el camino, la senadora y exalcaldesa Pilar Barreiro abandona su silencio para gritar a los cuatro vientos en El País que nunca ha pensado en dejar la política. La misma Barreiro que en su etapa de regidora se llenaba la boca cuando decía que esto de la política es algo en lo que se está de paso. Para más inri, se suma al calvario un invitado inesperado, Antonio Garre, para disputarle a López Miras el liderazgo regional. Como si no tuviera ya bastantes frentes abiertos el partido.

No sé si este diluvio de corrupción durará los mismos cuarenta días que el de Noé o si el PP marchará perdido como el pueblo judío en busca de la tierra prometida cuarenta años. Ya dijeron que anunciarían su candidato a la alcaldía antes de Semana Santa, quizá para dejar de vagar por el desierto de las encuestas y a la espera de una ansiada resurrección. No les vendría mal rezar un poco y, sobre todo, un baño de humildad, porque no hace falta ir cabizbajos, pero tampoco veo motivos para que la lleven tan alta. Y sí para pedir perdón.