Que vivimos en un mundo de hipócritas no es novedad. Que tratamos de ocultar este pecado tan común, tampoco. Pero que además lo hagamos tan visible cada día, cada hora y en cada momento, pues ya es un atrevimiento. Y llega un instante en que resulta hasta patético. Ejemplos los tenemos a montones. Uno de los más sonados de las últimas semanas tiene que ver con la polémica desatada por el programa Salvados de Jordi Évole dedicado a los mataderos y las granjas porcinas que alimentan a los cerdos que nos alimentan a los mortales que aún comemos carne. A los que vivimos en estas tierras nos tocó de lleno, porque la gran empresa del sector cárnico que tenemos en la Región, El Pozo, se veía retratada en una de las partes del programa.

Desvinculada o no de la instalación en la que los cochinos vivían (si eso es vivir) en condiciones lamentables, analizada si la gestión de la comunicación de esta crisis se haya hecho peor o peor, si el papel de la Administración es el adecuado, etcétera, etcétera, lo que no cabe duda es que el debate estuvo bien servido. Los derechos de los animales habían sido gravemente violados, los riesgos para la salud estaban a flor de piel y las discusiones ocuparon todos los espacios comunes de redes sociales, medios de comunicación y escenarios diversos donde siempre había posiciones encontradas. Si uno es más animalista que otro, si se había llevado a la exageración, si el periodista es un ser maligno que busca dañar por encima de todo para mantener su audiencia, o si Puigdemont no era el que estaba detrás de todo.

Pero es que resulta que esa fue la segunda parte del programa. Que, de la primera, la que para mí es mucho más grave, no se hablaba. Que quedaba en un papel secundario porque lo grave eran las enfermedades y el mal morir de los marranos. Y esa primera parte fue la de la denuncia de las condiciones de trabajo, ya que en una empresa cárnica de Vic se explotaba hasta límites increíbles a prácticamente el millar de trabajadores que había por turnos en su interior. Trabajadores que en su inmensa mayoría eran extranjeros, y de ellos, casi todos negros.

La denuncia acerca de las jornadas interminables, los falsos autónomos o falsos cooperativistas, la práctica inexistencia de derechos laborales y el miedo al despido, junto a los salarios de subsistencia, no ha provocado apenas debate. La situación de los cerdos ha tenido más espacio que la de los negros. El bienestar animal ha prevalecido en las discusiones y comentarios sobre las condiciones de trabajo de quienes se ven forzados a aguantar situaciones habituales en ese sector como en otros? y aquí no pasa nada.

El contexto social y económico juega con la complicidad de quien no vela por los derechos (léase la parte institucional que toca) o de quien es capaz de mirar hacia otro lado porque lo que importa son los beneficios al coste que sea o los precios bajos y da igual en las condiciones de trabajo en las que se produzcan o nos lleguen a la mesa o a nuestra casa.

Mientras la hipocresía siga campando a sus anchas, hablar de comercio justo y responsable, así como de cláusulas sociales, será una quimera. Porque en realidad, el bienestar animal no afecta solo a los bichos, porque bichos, bichos, somos todos. Con derechos.