"No te prometo estar siempre a la altura de las circunstancias ni mucho menos hacerlo todo bien. No prometo no fallarte nunca, pero sí no dejar de intentarlo.

¿Aceptas el trato?

No prometo entenderte siempre, pero sí escuchar atentamente cada una de tus palabras.

No prometo no hacerte daño nunca, pero sí tratar a toda costa de evitarlo.

¿Aceptas el trato?

No te prometo sonreír siempre, pero sí alegrarme cada día al verte.

No puedo prometerte que siempre hará sol, pero sí darte mi calor y procurarte la luz y la sombra que necesitas.

No prometo salvarte, pero sí cuidarte y desear tu salvación.

No puedo prometerte que todo irá bien, pero sí que te acompañaré cuando no vaya.

No prometo entenderte siempre, pero sí apoyarte.

No te prometo que seas siempre mi prioridad, pero sí alguien verdaderamente importante.

No te prometo no haber amado nunca, pero sí no haberlo hecho tanto ni tan libremente ni de forma tan inevitable como a ti.

No te prometo gloriosa batallas ni victorias, pero sí sostenerte en cada lucha, por grande o pequeña que ésta sea.

¿Aceptas el trato?

No te prometo decir que sí a todo, pero sí explicarte por qué no.

Algo me pasa por dentro y, en este punto, dejo de escribir.

Miro el sobre que he preparado para cobijar el papel. Quería que esta carta fuese algo físico, algo palpable que pudieses besar, estrechar, que guardases en un lugar especial, que acusase el paso el tiempo, que mostrase las huellas de haber sido releída cientos de veces o quizá, el borrón de alguna lágrima. Incluso, había pensado impregnarla con gotitas de mi perfume.

Nos imaginaba leyéndola abrazados, cuando por fin pudiésemos estar juntos. Sin miedo, sin prisas, sin preocupaciones y sin la inquietud de ser descubiertos.

En lugar de eso, la arrugo y la arrojo al fuego.

Está haciendo mucho frío este invierno, sobre todo los días que no estás, que son casi todos.

La chimenea la devora sin contemplaciones y sé entonces que todo ha acabado, que nunca enviaré esta carta, que nunca te diré adiós y que quizá, nunca llegarás a entender por qué.

Y sí, eres tú mi gran amor. Y sí, eres lo que más he querido, lo que más quiero y, probablemente, lo que más voy a querer.

Y es tal vez por eso que todo acaba aquí.

No quiero que sufras por mí. No quiero tus dudas, tus remordimientos, tu desasosiego, tu culpa. No quiero que te vuelvas loco cuadrando fechas, buscando excusas. No quiero que mires a todos lados cuando estamos juntos por si reconoces a alguien. No quiero no poder tocarte en público, no poder besarte, no puedo.

No quiero ser eso que has de ocultar.

Y no quiero morir cada noche al imaginarte en su cama.

De vez en cuando, nos vemos y la vida cobra sentido y sucede la felicidad y no hay nada mejor. En esos días estoy viva. En esos días, soy más yo que nunca y no hay nada ni nadie más.

Y entonces, me pides que no me perfume, que te gusta que huela a mí y yo sé que lo que te preocupa es que ella descubra mi olor.

Que no me maquille, me dices, que no lo necesito y yo sé que lo que te inquieta es que en un abrazo descuidado una mancha impertinente pueda delatarnos.

Así que yo te libero.

Te dejo ir y mentiría si te dijera que no me muero al hacerlo.

Imagino que, al principio, pensarás mucho en mí. Imagino que los primeros días te dolerá y que, tal vez, alguien diga mi nombre o use una de mis expresiones y se te erizará la piel o se te escapará una sonrisa o aguantarás las ganas de llorar.

Pero también sé que, tarde o temprano, me olvidarás y que entonces, te sentirás aliviado y que un día seré una simple anécdota, un desliz, un error, que no recordarás mi olor ni mi tacto ni el color exacto de mis ojos ni el timbre de mi voz. Y llegará un 25 de enero, el 8, el 11 de febrero y no pensarás en mí.

Y pasaré a formar parte de todas esas cosas que uno nunca sabe si pasaron de verdad o si fueron sólo un sueño.

Y tú, sin embargo, serás siempre lo mejor que me pudo pasar, serás siempre aquello que ni en sueños me hubiese podido imaginar.

Te quiero."