Una vez pasada la tormenta aparece el rayo de sol que hace olvidar los malos momentos, o los no tan deseados. Así que una vez pasado San Valentín me dispongo a hablar de algo tan intangible, difícil de diseñar y extraño de entender como es el amor. Sinceramente, aunque con miedo a que piensen que estoy ´más para allá´ cada día me suelo enamorar más veces de las que bebo agua. Soy promiscua de los sentimientos sinceros y, hasta el momento, nadie ni nada ha conseguido que cambie en este sentido. Claro, que como muchos de ustedes, soy de ahora y hoy. Soy de quienes no necesitan dar vueltas alrededor de una misma zona, buscando el regalo perfecto para hacer a quien sin lugar a dudas es la única persona capaz de acallar mi hipo en las ocasiones menos justas para mi integridad. Mejor, camino por la calle y te regalo el viento que mueva tu pelo y alargue hasta ti el aroma de mi inquietud. ¿Bonito? ¿Sí? Pues ¿por qué poner fecha a celebrar qué sientes, y lo peor, por qué poner precio? Mientras te debates entre un perfume, un bolso o un pañuelo para la americana, miles de octavillas se pierden en el viento que nunca moverá su pelo.