En relación con el conflicto científico en el que uno de los términos, sexo y lenguaje, son antagónicos, porque la realidad es que siempre ha existido un lenguaje sexista (producción personal y también, en ocasiones, colectiva de uso sexista de la lengua), lo más común en gramática española es estudiar el género gramatical e incluso, para mejorar la visibilidad de la mujer en la lengua, del género femenino, sobre todo corrigiendo, más en serio, las entradas en el diccionario de esos usos sexistas. En este sentido, los que estamos en laboratorios de investigación lingüística, sabemos que últimamente se ha iniciado una polémica en los medios de comunicación sobre el propio Congreso de los diputados (hay quien dice que se debiera añadir diputadas) y se señala también la necesidad de aumentar el término portavoza (portavoz y portavoza).

Alguien ha dicho que con su editorial matutino en la Cadena COPE, el periodista Carlos Herrera se ha colocado al frente de una campaña machista contra la portavoz de Unidos Podemos, Irene Montero, por hablar de 'portavoces y portavozas' en una rueda de prensa. Pero la poca gracia de Herrera y su intento de burlar a la diputada de Unidos Podemos, le llevaron a aumentar desafortunadamente: «A ver, Irene, ¿esto cómo va? ¿los hombres tenemos voces y las mujeres tenéis vozas?», y a asegurar que «cuando uno mete la pata, la recoge y se olvida» y no «huye hacia delante». Y él mismo, aumenta: «Claro, es que entonces, Irene Montero, habrá que reconocer que tú no eres un cargo público, tú eres una carga pública, y como tal, y como ahora queremos ser todos muy feministas, vamos a hacer lo imposible porque nuestro lenguaje acabe en 'a'».

Hay que saber, o debiera saber el periodista, que el arranque del conflicto consiste, tradicionalmente, en el análisis de unas 'guías para el lenguaje no sexista', encargadas por diversas instituciones, que mantienen que la discriminación de la mujer en la sociedad debe iniciarse con la educación no sexista del lenguaje. Entendiendo la existencia de dicha discriminación, y compartiendo también la idea de que existe la interpretación de un lenguaje que atenta contra el sexo femenino, conviene indicar que lo mejor es trabajar en una educación ciudadana que tenga los ingredientes de un lenguaje correcto y que no discrimine la igualdad entre hombres y mujeres, sino que también reconozca que género y sexo son cosas diferentes y que el masculino es el género no marcado. Sin estas premisas es imposible abrir un debate cualificado y riguroso.

Son muchas las guías que para un uso no sexista del lenguaje, casi todas han sido objeto de estudio en relación con la llamada 'masculinización' de la lengua; pero ni la gramática ni las normas usuales del habla contienen en sí esa malinterpretación que se le presupone a nuestro sistema lingüístico. Es por esto que esa sexualización de la lengua no queda justificada en el ámbito científico salvo que exista realmente un uso malintencionado del lenguaje que sería de la exclusiva competencia del hablante y no así de norma científica y gramática. Lo que no cabe en una discusión razonada es considerar que siempre que se utilice el masculino debe añadirse el femenino, porque en el habla, y en la escritura, se tiende a la llamada economía del lenguaje y porque estaríamos contra su uso reglado que entiende que «el masculino no marcado es un genérico» y no un sexismo, que, en la mayoría de los casos, no necesita desdoblamiento para su comprensión no sexista. ¿Se imaginan que la OCU, Organización de Consumidores y Usuarios, tuviera que denominarse Organización de Consumidores, Consumidoras, Usuarios y Usuarias? ¿Con la actual denominación no se sienten incluidas las mujeres?

En este sentido conviene añadir que tanto la RAE como el resto de academias de la lengua española, reunidas en asociación científica, no crean las reglas gramaticales, sino que se acogen a las mismas normas que la sociedad usa comúnmente. El uso del lenguaje en la sociedad no es discriminatorio ni sexista, salvo cuando lo es intencionadamente y no se utilizan las reglas aplicables, porque hablantes y gramática proceden del sentido común, que es el juicio no sexista de la lengua. Pongamos un ejemplo: «Juan y Luisa están casados». ¿Se entendería que aquí hay lenguaje sexista porque no se ha escrito «Juan y Luisa están casadas»?

Creo que el debate sobre la lengua y su uso correcto debe suponer un avance en los derechos de la mujer, en su visibilidad, pero conviene saber que los genéricos no incurren en ese 'machismo' que suelen ver algunas personas. Tanto los genéricos como el epiceno o el género neutro tienen su consideración inclusiva correcta en la Nueva Gramática de la RAE y la Asociación de Academias de la Lengua Española, que ha contando, además, con ejemplos de uso a partir de su carácter panhispánico. Cuando el lenguaje se utiliza como arma sexista también se establece el desdoblamiento para aquellas situaciones en que se pretenda, intencionadamente, discriminar la visibilidad igualitaria del género femenino, y no sólo para no herir susceptibilidades sino porque la Gramática de la Lengua Española no es sexista, ya que quien sí que podría serlo no es, precisamente, la norma científica, sino el mal uso de nuestra lengua, y ello no deviene de dicho uso sino de, ya lo hemos dicho, la mala intención.

La solución está en una más y más educación ciudadana donde se respeten las normas establecidas comúnmente para una correcta convivencia verbal y que contienen la rigurosidad necesaria en las apreciaciones de contenido lingüístico. En este sentido no se puede decir, por inadmisible científicamente, que allí donde se utiliza un masculino hay que utilizar también el femenino. Dos ejemplos demostrarán que no es ni necesario ni sexista utilizar el masculino sin el femenino, porque ya dijimos que el masculino es género no marcado: «Estuvimos tres días en Galicia» y/ «Estuvieron reunidos durante dos horas» podrían servirnos de ejemplos.

Finalmente, recordemos aquí a Pedro Álvarez de Miranda cuando señala: «Desdramaticemos las cosas. No es el masculino el único elemento no marcado del sistema gramatical. Igual que en español hay dos géneros (en otras lenguas hay más, o hay solo uno), hay también dos números, singular y plural (en otras hay más, o solo uno), y el singular es el número no marcado frente al plural. Así, del mismo modo que el masculino puede asumir la representación del femenino, el singular puede asumir la del plural. Cuando decimos 'el enemigo' venimos a significar, realmente, 'los enemigos'. Y, además, debemos trabajar más en serio también la educación lingüística, tratando de mejorar nuestro uso, dejando cada día más en el camino aquellos usos verdaderamente sexistas de la lengua, bien por dejación de la responsabilidad de quienes están obligados a fijar y dar esplendor, pero sobre todo a limpiar, los registros de nuestro diccionario, escuchando a aquellas personas que vienen trabajando años y años por la mejora de nuestro sistema lingüístico desde una posición crítica con usos que cada día nos avergüenzan más y porque, alguna vez, habrá que registrarlos como lo que son y respetemos a quienes puedan y deseen cambios en el sistema lingüístico con la finalidad de visibilizar aún más al género femenino, mientras borramos de nuestras maneras, que deben ser repetuosas, los sucios machismos de usos de una lengua que siempre fue limpia y hermosa, como fue, es y será la nuestra, el español.