El escritor y crítico italiano Pietro Citati decía sobre las novelas de Scott Fitzgerald: «Para la mayoría de la gente, las cosas se pierden sin remedio. Pero para él, dejaban una música. Lo esencial en un escritor es encontrar esa música de las cosas perdidas, no las cosas en sí mismas». Lo vivido y lo imaginado, lo que ocurrió realmente y lo que creemos que ocurrió, se cruzan en las vidas de todos. La literatura va de eso. No se escribe sobre lo que ocurrió sino sobre lo que nos gustaría que hubiera ocurrido, porque el destino no depende solo de lo que hacemos o decimos, sino también de lo que callamos y de aquello a lo que renunciamos. El poder del silencio: lo que no nos atrevemos a decir en un momento dado puede alterar el rumbo de nuestras vidas.

Como lectores también vamos en busca de esa música de las cosas perdidas. Lo que vivimos y dejamos atrás con la sensación de no haberlo vivido a fondo, con toda la intensidad que hubiéramos querido, de no haberlo exprimido o de no haberlo entendido, como si viviéramos en medio de algo cuyos antes y después quedaran en manos de la imaginación. Leemos para intentar comprender las cosas dispersas e inconclusas que vivimos y, también, para prepararnos ante lo que nos pasará. En la lectura escuchamos esa música que dejan los recuerdos y los deseos, propios y ajenos. Por eso no hay dos lectores que vean lo mismo en una historia.

¿Pero no actúa así la vida misma? ¿Qué sabemos de los demás, de sus motivaciones? ¿Qué sabemos de lo que los demás, hasta los más cercanos, piensan de nosotros? ¿Y no digamos ya sobre qué sienten? ¿Y qué sabemos de nosotros mismos? ¿Cuántos secretos escondemos? ¿Cómo fiarse de las emociones? ¿Cómo saber lo que nos lleva a la luz o a la oscuridad? Así es la vida y para eso leemos, para responder a esas preguntas imposibles, con el convencimiento de que si alguna respuesta encontramos nunca será por nosotros mismos sino a través del encuentro con los otros. Porque cuando escribimos o leemos la dirección siempre es doble: hacia uno mismo y hacia aquellos con quienes compartimos las cosas importantes.

Leer, escribir, vivir... incesantemente, como hacía Fitzgerald, navegando por el río del tiempo, en busca de la música de las cosas perdidas.