En su artículo La madre de todas las preguntas ( Harper's Magazine, oct 2015), Rebecca Solnit cuenta que después de una conferencia que dio sobre Virginia Woolf tuvo que responder a la (por desgracia inevitable) pregunta de por qué la escritora inglesa no tuvo hijos. «Lo que yo debería haber dicho al público», dice Solnit, «es que nuestra interrogación sobre el estado reproductivo de Virginia Woolf era un desvío soporífero y sin sentido de las preguntas magníficas que su trabajo presenta». Añade, además, que ella misma ha sido el blanco de ese tipo de 'pregunta cerrada', sobre la que el interlocutor ya tiene una idea preconcebida de cuál debe de ser la respuesta, y que su elección de vida ha sido crear obras, amar a otras personas, disfrutar de la soledad. Tener una familia no es la fórmula de la felicidad, simplemente porque no hay fórmula, y todos conocemos madres y padres infelices en sus roles, insatisfechos con su vida profesional, artística o personal. Detrás de la conciliación como política están los arreglos domésticos que las parejas logran hacer para que la crianza no les coarte la vida creativa y personal.

En el caso de la dedicación a la literatura, compatibilizar la escritura con la vida en familia tiene una dificultad añadida: la necesidad de estar en soledad. Esa circunstancia ha sido el tema de dos libros fundamentales que han sido publicados prácticamente en paralelo. Son dos sagas que, cada una a su modo, trabajan con elocuencia la idea de autoficción o, para el que no le gusta este difuso concepto, el modo del autor de involucrarse personalmente en el quehacer de sus personajes. Hablo de los libros de la serie Dos amigas (Lumen Editorial), de Elena Ferrante, y la autobiografía tan peculiar de Karl Ove Knausgaard, Mi lucha (Anagrama).

El tomo dos de Knausgaard y el tres de Elena Ferrante, Un hombre enamorado y Las deudas del cuerpo, respectivamente, parecen dialogar entre sí y con el artículo de Rebecca Solnit. Son personajes que luchan con su cotidiano y las obligaciones familiares para hacer lo que les gusta: escribir. Cada uno padece la falta de soledad que necesita e intenta, como puede, responder a lo que se espera de su rol de padre / madre / cónyuge, en el cual la libertad individual se ve aplastada por las exigencias de un rol que se supone que deben de desempeñar ante el núcleo familiar y la sociedad.

En las pequeñas decisiones diarias se ve la diferencia brutal entre un hombre con hijos pequeños en Suecia y una mujer con hijas pequeñas en el sur de Italia, ambos con un libro exitoso a sus espaldas. Él quiere escribir una gran obra y, para ello, llega al punto de irse de casa y encerrarse veinticuatro horas en su oficina. No sin culpas, relega a su mujer el cuidado de la casa, los hijos, la vida familiar. La obsesión de la escritura lo consume, y siente que debe de entregarse por entero a ella. Ama a su mujer y a su hija, pero es la soledad de su oficina la que le satisface.

Elena (narradora de la novela de Ferrante) deja de escribir después de tener hijos. No tiene tiempo de hacerlo, no tiene espacio físico ni mental. Se dedica a cuidar de la casa y de las niñas mientras su marido sí se encierra noche y día en su escritorio para escribir los artículos que se esperan de un joven profesor universitario. Ella logra sacar algún artículo en el periódico, pero sin continuidad. Necesita reorganizar la logística del hogar, que venga su madre, que venga una chica a ayudar, que las niñas vayan a la guardería, porque la escritura, como lo dicen Solnit y Knausgaard, depende de la soledad.

Knausgaard, hombre 'moderno' que comparte las tareas del hogar con su mujer, llega a lo políticamente incorrecto y se queja de esas funciones que los padres hoy tienen que cumplir. Estar horas y horas con un bebé, llevarlo a clase de música, participar de actividades en la guardería, ir a fiestas infantiles, actividades que no formaban parte de la agenda de nuestros abuelos (quizás incluso de nuestros padres). Dice así:

«?desde que yo me iba al despacho hasta que volvía a casa, se sentía sola, y por eso esperaba estas dos semanas con una enorme ilusión. Unos días tranquilos con su pequeña familia. Yo, por mi parte, solo pensaba con ilusión en el momento en el que cerrara la puerta detrás de mí y me encontrara solo para poder escribir. [?] Eso era lo que yo añoraba y echaba de menos, y con lo que llenaba mis pensamientos, no a Linda, ni a Vanja, ni el bautizo de Jolster? (p. 475).

Mi lucha tiene la intención de romper las barreras de lo que se puede o no hablar en una autobiografía, hasta qué punto el autor puede destrozarse a sí mismo, pero también a los demás, y ese es el principal interés de la obra (que, dicho sea de paso, tiene una calidad literaria a veces muy dudosa). Por otro lado, hay algo novedoso en asistir a la formación de un hombre, con su fragilidad, sus dudas; el desarrollo de una masculinidad que se siente en la obligación de poner a la familia en un lugar preponderante que, antes, no se le exigía.

Elena Ferrante pone en la boca de un hombre la siguiente frase y, quizás, por ello mismo hace que sea más impactante:

«Una comunidad que encuentra natural sofocar la energía intelectual de tantas mujeres con el cuidado de los hijos y de la casa es enemiga de sí misma y no se da cuenta» (p. 411).

Si eso saliera de la boca de la narradora, sería considerada una mala madre. De hecho, Las deudas del cuerpo cuestiona qué es ser una buena madre, tanto por las elecciones de Elena, como las de su amiga Lila. ¿Cuáles son los calificativos que las mujeres temen cuando eligen ser mujeres, además de ser madres?

Si bien Knausgaard deja todo y se encierra para escribir, esto no quiere decir que sufra menos su elección que Elena, que decide no hacerlo. No obstante, las consecuencias de ambas opciones, creación vs anulación, muestran la distribución de los valores de género en la cultura en la gran mayoría de los países: hombres que publican, hacen crítica y producen para una mayoría de mujeres lectoras.

Rebecca Solnit, defendiendo su opción de no tener hijos en pos de su desarrollo creativo, mantiene abierto el debate sobre cómo tener una familia sin que ello implique anularse como individuo. La conciliación familiar aún es una meta sobre la que hay que trabajar y, para ello, es fundamental entender las vidas de esos hombres y mujeres que a diario se enredan en excusas y frustraciones que no les permite hacer lo que quieren. Aunque sea verdad, como dice Solnit, que tener familia no garantiza la felicidad, para los que eligen tenerla tampoco debería garantizar la infelicidad.