Ha pasado medio siglo desde uaño que fue notable para muchas personas, entre las que me cuento. Por aquel entonces el Partido Comunista de España (PCE), liderado por Santiago Carrillo, era el principal oponente a la dictadura del general Franco. Preconizaba una política de reconciliación nacional tendente a superar las heridas sociales de la Guerra Civil y proponía un Pacto por la Libertad, un acuerdo entre diversas fuerzas políticas para instaurar de forma pacífica una democracia en España con marcado carácter social.

Insólito: un partido comunista que no defendía la dictadura del proletariado sino la democracia burguesa. No hubo ni habrá otro caso como aquel, pues no se conoce país alguno en el que los comunistas hayan ganado su correspondiente revolución y no hayan sacrificado las libertades en el altar de la igualdad: los ejemplos de la Rusia estalinista, la China maoísta y la Cuba castrista son más que suficientes.

Tan peculiar era el proceder del PCE que en 1964 había sufrido una escisión, el PCE marxista-leninista, que pretendía mantener la línea marcada por el soviético Stalin y, más concretamente, por el chino Mao. A partir de 1971 empezarían a crear comités preparatorios del Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico (FRAP), que finalmente se constituyó en 1973. Llegaron a asesinar a un par de policías en 1975.

A principios del verano del 67 surgió un nuevo grupo comunista. Se hacían llamar 'Unidad', aunque habían nacido de una escisión del PSUC. Luego fueron cambiando de nombre, para pasar a denominarse Partido Comunista Internacional (PCI) y, finalmente, Partido del Trabajo (PT). Algunos pocos compañeros de mi curso se afiliaron a ese partido y, según me relataron años más tarde, viven de milagro porque, obsesionados con las infiltraciones internas, sus propios camaradas intentaron liquidarlos. Al igual que los del 64, también querían hacer una revolución comunista en España.

Aunque yo no lo he olvidado, pocos recordarán a Isidoro Martín, un licenciado en Derecho por la Universidad de Murcia que había destacado en el colegio de los maristas de esa ciudad. Tras ocupar en varias universidades la cátedra de Derecho Romano, acabó como catedrático de Derecho Canónico en la Complutense y en 1967 fue nombrado rector de esa universidad.

El rector Martín, bajo la dependencia del ministro Lora Tamayo, me incoó en marzo de 1968 un expediente académico por el que me expulsaba de la universidad durante un año. Era un premio por haber participado en la fundación, en abril de 1967, del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Madrid (SDEUM), tras haber sido previamente delegado de curso de las oficialistas Asociaciones Profesionales de Estudiantes (APE).

El rector sabía, igual que los miembros del SDEUM, que el sindicato era una herramienta para movilizarnos contra el franquismo. Afortunadamente, el ministro Lora dio paso en abril de 1968 a Villar Palasí y el rector Martin en mayo a Botella Llusiá, quien me levantó el expediente justo a tiempo para que pudiera examinarme en Junio y no perdiese el curso.

El 7 de junio el etarra Javier Echevarrieta asesinó de forma no planificada a un guardia civil en Villabona. Era la primera víctima de ETA, un grupo separatista y marxista fundado en 1958 por unos jóvenes expulsados del Partido Nacionalista Vasco (PNV). El 2 de agosto de forma premeditada acababa ETA en Irún con la vida del jefe de la Brigada Política y Social de Guipúzcoa, Melitón Manzanas, un torturador que había colaborado con la Gestapo

Ya se ve que las fuerzas de inspiración marxista que en 1968 se oponían al franquismo estaban divididas en dos clases: las partidarias de la lucha armada, que eran el PCE m-l, el PCI y ETA básicamente, y las partidarias de una ruptura pacífica, el PCE y satélites. Además diferían en sus objetivos: la implantación de una democracia popular comunista, o sea de una dictadura, ya fuese en toda España, ya fuese en las provincias vascas, o, alternativamente, pasar a una democracia representativa, vulgo genuina, en España. Yo me alineaba con los demócratas defensores de la vía pacífica, lo que no me libró de acabar en la cárcel de Carabanchel en 1972, donde pude convivir con militantes de las tres organizaciones revolucionarias citadas y conocer a destacados miembros del PCE. Pero eso ya fue posterior al mágico 68, de modo que volvamos al asunto.

Aparte de conspirar pacíficamente contra el franquismo y estudiar Biología, ejercía de tutor de los hijos del marqués Espinosa de los Monteros, con lo que me ganaba un oportuno estipendio. Uno de mis alumnos encarna ahora la marca España. Llegado el verano tuve que desplazarme con la aristocrática familia a un pueblo costero del sur de Francia, donde poseían una gran mansión. Allí me sorprendió la invasión de Checoslovaquia, el 21 dea agosto, por las fuerzas del Pacto de Varsovia. Condené internamente aquella agresión a la Primavera de Praga, que pretendía construir un comunismo de rostro humano y me alegré cuando, una semana después, el 28 de agosto, el PCE publicó su rechazo a la intervención, aunque la aguó exaltando el papel de la URRS en la lucha contra el imperialismo. Un equilibrio inestable.

En septiembre me fui a Paris, a recibir instrucción política por parte de una familia comunista francesa amiga de mi padre, pero en comparación con la movida parisina del pasado mayo aquello era aburrido. Me las apañé para hablar con algunos jóvenes que habían participado en los sucesos y pude comprobar que sus objetivos eran distintos a los de los revoltosos españoles.

Algunos de nosotros queríamos instalar en España un régimen parecido al francés, que ellos querían superar; otros, los revolucionarios, aspiraban a parecerse a la URRS o a China, modelos del que los franceses huían. En cambio ellos daban gran importancia a la revolución de las costumbres sexuales, que nosotros no nos habíamos marcado nunca como objetivo político, sino todo lo más como ilusión personal. Ellos habían imprimido un aroma contra el consumo excesivo y a favor del ecologismo a su movida, pero a nosotros nunca se nos hubiera ocurrido que la Sociedad Española de Ornitología (SEO), presidida por nuestro catedrático Bernis, que había jugado un buen papel en salvar el coto de Doñana, pudiera ser un instrumento contra el franquismo. Además, ellos no habían hecho hincapié en ninguna reivindicación económica, mientras que todos nosotros nos inspirábamos, en mayor o menor medida, en las ideas marxistas, en las que lo económico es central. Finalmente, ellos eran declaradamente pacifistas, mientras que nuestros revolucionarios, de ETA o del PCE m-l, defendían la lucha armada? Volví cambiado tras aquel Septiembre parisino.

Ahora, medio siglo después, recuerdo con agrado aquel año 68. Vivimos en democracia en España y la revolución sexual, ecologista y pacifista impregna el discurso de todas las fuerzas políticas españolas. En cambio, no puedo evitar que los objetivos de los jóvenes madrileños del mayo de 2011 me parezcan anticuados: me recuerdan demasiado a los de los revolucionarios españoles del 68, que quedaron desfasados por la impronta pactista del antiguo PCE, que ya no existe, y sobre todo por los nuevos horizontes abiertos para nosotros por los parisinos. Huelen a rancio, aunque se crean la vanguardia, y solo aprecio sus esfuerzos contra la desigualdad social extrema, sin que sus recetas me convenzan. Puestos a escoger entre los dos mayos, prefieron el del 68.