Recientemente se ha celebrado o conmemorado el quinto centenario del inicio de la Reforma luterana. El día 31-X-1517, fray Martín Lutero (1483-1545) redactó un escrito que contenía noventa y cinco tesis, oponiéndose a la práctica de las indulgencias: Noventa y cinco tesis sobre el valor de las indulgencias, y lo fijó en la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg (la actual Lutherstadt Wittenberg, en Alemania).

Estas tesis se propagaron rápidamente por toda Europa, gracias a un medio de difusión nuevo y muy poderoso: la imprenta. Algunos autores han considerado este acto como «el detonante de la tragedia» (considerando la división de la cristiandad como una gran desgracia e incluso una tragedia) y el inicio del ´protestantismo´, pues fue entonces cuando comenzó a pronunciarse el nombre de Lutero como símbolo de la ´protesta´ contra Roma. En este escrito se plasmaba de un modo público su actitud crítica ante ciertos elementos de corrupción que él veía en la Iglesia.

Es notable que el papa Francisco y toda la Iglesia católica han querido ´conmemorar´ (no ´celebrar´) el inicio de la Reforma en el marco del diálogo ecuménico y como un paso más en el acercamiento y comunión con las iglesias y comunidades no católicas, que han promovido tenazmente los últimos papas desde hace cincuenta años. Animado por este espíritu ecuménico, Francisco ha viajado a Lund (Suecia) para participar en los actos conmemorativos de la Reforma, organizados por la Federación Luterana Mundial (31-X-2017).

Los motivos y razones que impulsaron a Lutero a emprender una reforma de la Iglesia son de diversa índole. Los principales son de carácter espiritual y teológico, inseparables de su personalidad y del contexto teológico de aquel fraile agustino alemán en los inicios del s. XVI. En consonancia con la sensibilidad religiosa de su época, Lutero estuvo desde su juventud especialmente preocupado por el problema de la justificación y la salvación, sobre todo su propia salvación, considerando la fragilidad de nuestra naturaleza, herida por el pecado. A esta preocupación hay que añadir su conciencia inquieta y escrupulosa, que seguramente no le permitía encontrar la paz interior.

Con respecto al contexto teológico, uno de los elementos claves es su aversión a la escolástica, en particular, al uso de Aristóteles en la teología, desde una posición agustiniana ´militante´, muy contraria a los dominicos y otros maestros escolásticos. Su método era acudir siempre a la Sagrada Escritura y a los padres de la Iglesia, principalmente San Agustín. En el trasfondo de esta posición estaba la controversia entre diversas escuelas teológicas, en el seno de la Iglesia, e incluso entre distintas órdenes religiosas.

También influyó en su pensamiento la corriente de los humanistas, con Erasmo de Rotterdam a la cabeza. Con ellos estaba de acuerdo en la necesidad de volver al Evangelio y hacer accesible la Sagrada Escritura a todos los fieles cristianos, así como en la crítica a muchas prácticas de carácter litúrgico y disciplinar y de la piedad popular. Sin embargo, es notable la discrepancia entre Lutero y Erasmo en la exégesis de algunos textos del Nuevo Testamento, sobre todo de San Pablo. Erasmo no compartía la doctrina de Lutero sobre el libre albedrío, fruto de su lectura de la Epístola a los romanos, que expresaba un hondo pesimismo antropológico. De hecho, Erasmo permaneció siempre en el seno de la Iglesia católica.

En la posición de Lutero ante la Iglesia de su tiempo es muy notable su crítica al modo de entender y practicar las indulgencias, que se habían convertido en un objeto de compraventa. En esta actitud crítica y en su denuncia de la corrupción de muchos eclesiásticos, él encontró la comprensión y el apoyo de muchos hermanos de su propia orden, que compartían un cierto desafecto con respecto a la Sede romana.

Por último, hay que considerar las motivaciones de índole política. El Sacro Imperio romano-germánico estaba integrado por un gran número de Estados, la mayoría principados, bajo la autoridad del emperador. En los ambientes eclesiales y políticos del Imperio había un notable sentimiento germánico y antiromano, unido a un deseo de independencia respecto del Papa y su curia. Los príncipes alemanes van a aprovechar la reforma luterana para desvincularse del papa y de su jurisdicción, a pesar de la adhesión y lealtad del emperador Carlos V al sucesor de Pedro.