En el PP cunden los nervios. Ven enemigos por todas partes. Dentro y fuera. Están en la fase ´quien no está conmigo está contra mí´. Todo porque las perspectivas electorales no parecen buenas. Pero ¿cuándo hay elecciones? Estamos en el invierno de 2018, y todavía hay que atravesar dos primaveras para llegar a la cita con las urnas. Los populares han invertido el título del gran García Montalvo, La primavera en viaje hacia el invierno, para adaptarlo como El invierno en viaje hacia la segunda primavera. No suena tan bien. Cuántas aventuras quedan por vivir hasta entonces, y las habrá malas y buenas. Pero, por alguna razón, en el PP se acelera el tiempo. Viven febrero de 2018 como si estuviéramos en mayo de 2019. Esto se podría entender si fueran un partido de la oposición, pero resulta que son los que gobiernan, y tienen un periódico a su servicio: el BORM. Escuchen una sugerencia: pongan buenas noticias en la portada del BORM y a lo mejor remontan. Pero para eso hay que gobernar.

Ocurre, sin embargo, que a veces la vida sigue sin que se note la existencia del Gobierno, y cuando se nota es para mal. Véase el caso de Cataluña, donde hará más de dos años que nadie se ocupa de los problemas de los ciudadanos, antes con un Gobierno que estaba en otra cosa, y después sin Gobierno, y lo que queda. Si al PP, tanto en la institución autonómica como en las municipales bajo su mando, le entra el azogue, dejará de gobernar para hoy y en el trayecto hacia 2019 se hará antipático porque, en primer lugar, cualquier reparo que se le ponga desde la más diversas instancias lo contemplará como un ataque. Y así no hay manera de crear empatía.

Los nervios son el peor enemigo cuando se transita una situación complicada. Hasta al poner una bombilla, si no te concentras en lo que haces, puedes acabar metiendo el dedo en el casquillo y recibir el calambrazo.

Están nerviosos. Muy nerviosos. Y esto no augura nada bueno, sobre todo para ellos, porque los nervios son como los cabreos, que suponen un doble problema: primero, descabrearse, y después, atender al asunto que provocó el cabreo y que sigue ahí.

El PP precisa con urgencia de un coach. Podrían llamar al mismo que contrató Pedro Antonio Sánchez al inicio de su mandato para que infundiera autoestima y determinación a los miembros de su equipo. O a cualquier otro. Alguien que los tranquilice y los ponga en el tajo. Alguien que los reuna y les proyecte una diapositiva con la imagen de Alberto Garre y les diga: «Olvídense de él. Om. Om. Om. Olvídense de él». Alberto Garre, ya ven. Es lo que les inquieta. Quien debiera estar preocupado por Garre es Ciudadanos, al que el expresidente popular cortejó, y con el que su nuevo partido se disputará el voto disidente del PP. En la cúpula popular deberían saber, al menos, una cosa: el voto que vaya a Garre ya se habrá ido del PP aunque no concursara Garre. Éste no le va a quitar un voto a su expartido, sino que será un recipiente más, de entre los existentes (el primero, Ciudadanos) de los votos que los mismos populares están tirando. Pero si se ponen de los nervios todavía tirarán más, y cuanto más identifiquen a Garre, más notoriedad le darán. Todavía no se han enterado en el PP de que la campaña de Garre no la financiará su partido sino el propio PP con su permanente atención a él.

Alguien debiera explicar al actual estatus del PP, la nueva hornada, que Garre es una creación de sus propios mentores, la herencia envenenada de la vieja guardia. Que pidan explicaciones a quien, improvisando soluciones, huyó de la zona de combate cuando vio venir la debacle. El Todopoderoso salió corriendo hacia el paraíso europeo para ocuparse de los problemas de Ucrania, se supone que con tanta eficacia como de los de la Murcia que dejó empantanada, y quien fuera su oscuro lugarteniente se ha provisto por su cuenta, sin el mérito académico que se les exige a otros, por ventajismos burocráticos legales reservados a la clase política, de una cátedra en la universidad pública desde la que debería explicar con rigor la asignatura que mejor conoce: cómo vivir varios años sin visitar los cajeros automáticos.

Al PP y a Garre les une un mismo atavismo: ni uno ni otro pueden referirse a la gestión de sus antecesores, porque el primero tendría que asumir una autocrítica de partido, y el segundo, que no duda en criticar al PP, no puede hacerlo a Valcárcel, pues fue quien lo designó a dedo para su efímera presidencia de la Comunidad. Por tanto, el efecto Garre se concentra exclusivamente en López Miras, que paga los platos que rompió el Gran Timonel, y a quien ni uno ni otro pueden mencionar. Así, López Miras cae en la trampa de Garre, que le da patadas a Valcárcel en su culo. Y mientras tanto, la culpa, por ejemplo, de la situación del Mar Menor, la tiene Oscar Urralburu, el líder de Podemos, que mantiene una posición consecuente en su lógica política, mientras desde el poder se le identifica como el maligno, poco menos como si no hubiera existido una previa responsabilidad de gestión gubernamental que ha dejado a López Miras de testaferro del desastre, y él lo acepta, sin remedio, complaciente.

El problema del futuro electoral del PP no está en Garre, a menos que el PP se empeñe en que así sea. Deberían verlo en positivo, pero uno no quiere sustituir al coach que precisan. Tienen, he dicho, el BORM. La iniciativa política. Y se trata de un partido muerto y resucitado en muchas ocasiones, es decir, que contra el esfuerzo a veces de sus dirigentes no es tan fácil de derribar.

Por otro lado, ahí está la oposición. El PSOE sigue en busca de su identidad por un camino tortuoso, y su nuevo líder regional sigue siendo una incógnita, tanto como cuando apareció en escena para presentarse, y ganar finalmente, las primarias. Tiene menor exposición que López Miras, lo que en el fondo es una ventaja para aquél, pero ambos son novedades que todavía no están calibradas ni por aciertos ni por errores. En cuanto a Podemos, es un problema del PSOE. Más problema porque el aparente desinflado del suflé podemita no se traduce en pasión reconciliadora con los socialistas. O sea, que algo pasa ahí. Pero al PP no le afecta, porque los bloques izquierda-derecha parece discurrir en líneas paralelas, y todavía, erre que erre, en favor de la derecha. Lo que hace sufrir al PP no es el ala izquierda de la sociedad, sino lo que germina en su propio campo. Ciudadanos, desde luego. Este partido dispone de una situación comodísima. Ni siquiera debe empujar; le bastaría con sestear con un ojo abierto. El verdadero trasvase que nos promete el PP no tiene que ver con el agua, sino que al cabo lo será, según se ve venir, de sus votos hacia el territorio de Ciudadanos. Y sin que éstos se vean obligados a sobreactuar. La corriente los inunda. Se adivina como una transferencia a boquete abierto.

De ahí la inquietud y el nerviosismo de los populares. Porque no se trata ya de un juego de alternancias, sino de sustitución. Ciudadanos quiere ocupar el lugar del PP por caducidad de éste, y esto puede resultar más definitivo que lo vivido hasta ahora por el PP: medirse fácilmente con el PSOE, que no se ha levantado ni se levanta ni por acción ni por omisión. La final la sigue jugando la derecha, o el centro derecha, si se quiere, en el espacio mayoritario, y la izquierda comparece como acompañamiento limitado. Quiero decir a lo mejor no lo tienen tan mal los populares si son capaces de revertir esas intuiciones que proceden de los escrutinios demoscópicos, que por otra parte, ya sabemos que no siempre aciertan.

Los nervios ante la incertidumbre y las obsesiones desmesuradas ante aparentes adversarios que todavía no han mostrado su solvencia son un mal camino para recomponerse y reencauzar una estrategia política. A base de descontar enemigos, dentro y fuera, irán ampliando el campo hasta verse a sí mismos manoteando en el vacío, como los niños que aún no han conseguido disciplinar sus brazos. Es urgente que se sometan a una sesión de coaching que los devuelva a la realidad. Hasta la portavoz del Gobierno, Noelia Arroyo, que hace unos días celebró al patrón de los periodistas con un artículo que habría firmado Benjamin Bradlee, lo que demuestra que se sabe la teoría, a la hora de ejercer su oficio se pone mala cuando lee los pies de foto. Porque la prensa también nos llevamos lo nuestro. Y eso que, hace unas semanas, un importante cargo institucional del PP, con quien almorcé, me ilustró desde el primer instante, quizá para introducir un buen rollo en la conversación, acerca de la irrelevancia que los periódicos en general tienen ya como prescriptores de la opinión pública, una impresión que no deben compartir los finos analistas de su gabinete mediático, que ponen morros a los redactores que no perciben sumisos, como si realmente les importara lo que se publica.

No me puedo resistir a relatar una anécdota en este capítulo. En el seguimiento de la información sobre ´los audios de Roque´, uno de los días publicamos una fotografía del todavía entonces concejal de Fomento del ayuntamiento de Murcia en que posaba ante algo así como un ventanal enrejado o la verja de entrada a algún edificio, de manera que tras él se veían casualmente unos barrotes de hierro. ¿Se podrá creer que recibimos reproches en La Glorieta porque concebían que intentábamos figurar subliminalmente que el protagonista del caso estaba en la cárcel? Hay gente junto a los políticos que cobra el sueldo de tres periodistas en ejercicio de tales por decir tamañas majaderías, y lo peor es que desde ahí instituyen una política de comunicación.

Insisto: están muy nerviosos. Y esto, inevitablemente, los conducirá a la comisión de errores continuados, todavía más visibles dada la endeblez de la manejabilidad política a su alcance. Una política que en sus grandes rasgos depende del Gobierno central, ausente de las minucias territoriales de Murcia, y cuyos ministros resultan ser unos aliados muy extraños.

La consecuencia es que el PP murciano, desde el gobierno de las distintas instituciones, se muestra a la defensiva, con lo cual advierten sobre su debilidad estratégica, y esto da ánimos a los adversarios. Un Gobierno al que todavía le restan dos cursos políticos en el poder, aunque a veces parezca que las elecciones se celebrarán pasado mañana, tiene tiempo y campo para ofrecer una imagen en positivo si es capaz, claro, de disponer de iniciativas y respuestas que traduzcan una actitud simpática en vez de la faz del enroque y el enfurruñamiento con todo lo que mueve.

Un curso de fin de semana para los altos cargos orgánicos e institucionales con un coach profesional quizá contribuiría a que valoraran las virtudes de la positividad y la paciencia, esenciales hasta para colocar correcta y eficazmente una bombilla. O algún calmante o algo.