"No soy la primera ni la última que no llega a fin de mes. No soy la primera ni la última a la que han despedido por enfermarse. No soy la primera ni la última que se equivocó al elegir la carrera o al padre de sus hijos o al tomar ciertas decisiones. No soy la primera ni la última que se ha dejado llevar, arrastrar por la vida, que ha renunciado a cosas por cobardía o por desconocimiento o por inmadurez o por anteponer el interés de otro al propio o vete tú a saber por qué. No soy la primera ni la última en nada y eso, tampoco es ninguna novedad».

»Es tan inútil y estúpido lamentarse por aquello que uno hace o deja de hacer o culparse o cargar con esa responsabilidad a otros. Es tan inútil como inevitable a veces».

»Suena el despertador. Son las seis y veinticinco. Me levanto sin sueño. Soy de las que cuando se despierta, se despierta. Tengo las ojeras muy marcadas, me duele el cuello y la cabeza. Tengo acumulados en cuello y cabeza todo lo que no resuelvo. Me tomo un paracetamol de un gramo, que no me va a hacer nada porque no hago nada de lo que tengo que hacer y es eso lo que realmente me duele. Enciendo el calentador del cuarto de baño y me acuerdo de la factura de la luz y de su puta madre. Odio el frío. Odio todo lo que sea frío. Preparo mi ropa y la del pequeño, el desayuno de los tres, el almuerzo de la mayor y me meto en la ducha».

»Tengo tanto por hacer y tan pocas ganas. Estoy preocupada por varias cosas que intento espantar de mi cabeza como si de golosas moscas se tratara, pero unas se esconden detrás de otras y vuelven a por más miel en cuanto bajo la guardia»

»Tengo en casa una habitación que nunca abro. Le tengo miedo a esa habitación, a su desorden, a lo que esconde, tengo miedo incluso a recordar lo que guarda y ya no sé si esa habitación está en casa, en mi corazón, en mi cabeza o en el hígado».

»El viernes me hacen la prueba, iba a decir por fin, pero tengo un miedo que me muero y preferiría no tener que hacérmela. No sé exactamente en qué consiste ni para lo que es con total seguridad, porque el médico no es muy amante de la charla. Cualquier pregunta que le hago se la toma como un agravio, así que he sabido por medio de la enfermera que me da las citas que se trata de una prueba diagnóstica o quirúrgica, según el caso, a la que me he de someter pues al parecer han visto unos bultitos que quieren observar, tomar alguna muestra y si procede, extirpar».

»Luego, habrá que esperar cerca de un mes para saber los resultados. Deseaba que añadiese que todo iría bien o cualquier otra frase de aliento, pero no ha sido así. De modo que he sido yo quien ha añadido, casi suplicado, que todo iría bien al salir por la puerta de la consulta».

»Luis está de viaje y no quiero preocuparlo, así que no le he dicho nada. Tampoco les he comentado nada a los niños».

»Por toda solución me meto en la confitería que hay frente al centro médico y me pido una napolitana de chocolate y un café con leche descafeinado con dos sobres de sacarina, esto último para lavar mi conciencia. Me lo tomo con la mirada perdida en el infinito y más allá y cuando lo termino, vuelvo a leer la prescripción de la prueba y compruebo que no, que no he arreglado nada, pero al menos habré cogido algo de peso, que nunca es tarde para empezar la operación biquini».

ejo el texto en ese punto y se lo paso a Pilar por debajo de la puerta del dormitorio, que hasta hace unos meses compartíamos. El mismo tiempo que llevo escribiendo los artículos para la revista por ella. Su sección simula un diario femenino. Yo no sabía si sería capaz de meterme en la mente de una mujer, pero qué remedio. Teme que si saben que padece esta enfermedad la despidan o incluso, consideren que no es una enfermedad o que está tarada o qué sé yo qué es lo que teme. El caso es que Pilar es incapaz de realizar cualquier tarea de las que podríamos considerar básicas para la vida diaria. Lleva sin salir de esa habitación demasiado tiempo, excepto para ir al baño. Le paso la comida al cuarto y apenas la prueba. Se toma la medicación a la fuerza, o eso quiero creer, que se la toma. No quiere visitas. No quiere mis mimos ni mis cuidados. No quiere hablar con la familia ni amigos ni siquiera por teléfono. No quiere nada.

Ya no recuerdo qué aspecto tenían sus ojos sin las huellas de haber llorado o sin la sombra de la tristeza.

Espero su sentencia que aparecerá en breve por la ranura de la puerta. Si quiere, corregirá el texto o anotará algo en el margen. En días gloriosos me ofrece incluso sugerencias para seguir el escrito. Se los suelo pasar cuando estoy muy atascado, como hoy. La verdad es que esto que le pasa a Pilar es una auténtica mierda. A mí me costó mucho entenderlo. Bueno, me cuesta mucho entenderlo. Aparentemente nos va bien: ambos trabajamos, no tenemos hijos por decisión mutua, hacemos nuestros viajes, nos damos nuestros caprichos. ¡Coño, que tenemos hasta una puta mascota! No sé, creo que si no la quisiera tanto, me hubiese marchado hace tiempo. En realidad, cada día siento deseos de hacerlo, pero no puedo, no quiero. No sé. Me siento muy culpable por no saber hacerla feliz y tremendamente furioso porque ella no lo sea.

Asoma el papel por debajo de la puerta.

Ha usado el rotulador rojo de la mesilla. En el margen lateral izquierdo, su letra: «Déjame en paz. Si quieres hacerme un favor, mátame».