La prensa debe servir a los gobernados, no a los gobernantes», se dice en el mensaje final de la película Los archivos del Pentágono. ¿Qué ha ocurrido para que lo obvio se haya convertido en sorprendente revelación? La película cuenta una historia de hace más de cuarenta años, cuando el mundo era muy distinto a como es hoy, y esas palabras suenan ahora de forma diferente y se pronuncian por motivos diferentes.

¡Tendrían que ver las caras de mis alumnos de primero de Periodismo cuando las escuchan al empezar las clases! Pero en aquel tiempo, cuando teníamos las cosas más claras y el mundo parecía más simple, el periodismo nunca era noticia, y rara vez una investigación periodística encontraba los suficientes efectos dramáticos como para convertirse en protagonista de una película. La gente se levantaba, pasaba por el kiosco y leía los periódicos sin preguntarse cómo habían llegado las noticias hasta allí. Y si un periodista aparecía en la ficción nunca le tocaba el papel del héroe, sino el del personaje turbio, de ética dudosa, dispuesto a cualquier atajo por conseguir una primicia que aumentara las ventas. Si lo que hacían las películas era mostrar ese lado oscuro sería porque era ahí donde estaba el conflicto.

Que los periodistas buscaran la verdad no era noticia. Todavía había un puñado de certezas que no se ponían en duda. Se podía caricaturizar al periodista y desnudarlo en sus pequeñas y entrañables mezquindades porque cada amanecer los montones de periódicos bien amarrados relucían en las aceras a la espera de ser desplegados en los tranvías y en las barras de los bares. Sin embargo, ahora, en estos días cínicos, ya no creemos en nada. Pero necesitamos creer. Por eso Spielberg nos recuerda el tiempo de las rotativas, su rugido y temblor en mitad de la noche. Y los espectadores aplaudimos en la ficción lo que ya no nos creemos en la realidad. No sabemos si todavía existen periodistas como los de su película, dispuestos a arriesgarlo todo por sacar a la luz las mentiras del poder. No sabemos si los periodistas son todavía así, ni siquiera si lo fueron alguna vez. Pero ¿qué más da? Ahora más que nunca necesitamos que lo sean. «Cuando la leyenda se convierte en un hecho, publica la leyenda», proponía el director del periódico en El hombre que mató a Liberty Valance, la película en la que John Ford mostraba la necesidad de fabricar mitos en los que creer. Así estamos.