Las ferias del libro, tal y como las conocemos hoy, se remontan al siglo XV, cuando se consolidaron los negocios cada vez más activos entre los editores, impresores y libreros que participaban en las ferias mercantiles de Europa. Desde ese momento, es claro que la distribución del libro necesita del librero para la venta al por menor y para la venta al por mayor como distribuidor e importador. Siguiendo esta dinámica surgió de manera gradual una estructura ferial para el comercio del libro.

Las primeras grandes ferias del libro que surgen son las alemanas de Frankfurt y Leipzig. En ellas se podían encontrar todo tipo de mercancías como textos y manuscritos, y más adelante los libros impresos de la era Gutenberg. Ambas han sido hasta ahora los grandes epicentros feriales del mundo.

Durante el siglo XVI, la venta de libros en la ciudad de Frankfurt logró un gran auge, y convocó a más de un centenar de editores y libreros alemanes, franceses, italianos, suizos y de los Países Bajos. Dado el creciente número de libros, el librero de Ausburgo Georg Willer presentó en 1574 dos catálogos con novedades, bajo el título de Catalogus Universalis -Escobar, Hipólito. Historia universal del libro. Ediciones Pirámide-Fundación Sánchez Ruipérez, Madrid, 1993-.

Es evidente que los tiempos cambian a pasos agigantados y con ellos los medios de expresión, comunicación y exposición. Hoy, gracias a las redes sociales, sabemos al minuto todo de todos, evidentemente de todos aquellos que quieran exponerse. Creo que toda exposición tiene que ser controlada y medida ya que, como ocurre con la exposición al sol, uno puede resultar quemado y tener que estar un tiempo retirado de la playa o de las 'ferias'. Ya que nombro 'ferias', ferias del libro, voy, humildemente, a apuntar algunas consideraciones.

Las ferias del libro, sean escolares, regionales o internacionales, son espacios de encuentros entre lectores con lectores, lectores con escritores y viceversa, pre-lectores con libros y lectores con el yo interior del que no tenía ni idea de que existía.

También son espacios de descubrimientos y oportunidades para que, en un lugar determinado, los autores regionales, por ejemplo, presenten su obra ante sus compañeros ciudadanos, y permite, quiero pensar, que el intercambio de ideas fluya entre unos y otros.

Últimamente he observado que en nuestra Región de Murcia han nacido multitud de 'ferias', amén de eventos de presentaciones y firmas por parte de escritores varios. He de felicitar al equipo de personas que llevan a cabo tal labor, algunos de forma altruista y otros, los libreros, lógicamente para ganar parte de sustento. Pero hay una cosa que me llama mucho la atención: la asistencia a las mismas, porque muchas veces veo siempre a las mismas personas. Considero que la coordinación entre organizadores, libreros, instalaciones, publicidad y ánimo del público es un vals bastante delicado donde una metida de pata puede arruinar todo. En ese vals, pienso, la sobreactuación de los danzantes puede llegar a hacer que sus piruetas y sus pasos pierdan interés de cara a la galería. Observen que tanto el perfume como el veneno son más efectivos en pequeñas dosis. A mí lo que me gusta es asistir por puro placer y descubrir algo que me era desconocido; muchos asistentes me confiesan que tienen ese idéntico interés, pero que al acudir a dos o tres eventos y ver que es más de lo mismo, dan media vuelta y se van. Se me ocurre una cuestión: Una vez celebradas todas las ferias locales ¿qué?

Continúo pensando en voz alta: ¿cuál es la finalidad de una feria del libro? Todos estamos de acuerdo en que es clara la importancia de la feria, pero que su utilidad está cada vez más sujeta a discusión, a medida que el mundo editorial y las formas de consumo de libros se transforman. Apunto dos maneras de ver su utilidad: como una posibilidad excepcional para vender los libros o como una ocasión para generar lectores. Opino que para aumentar su utilidad e interés tal vez debiéramos considerarlas como espacios concentradores que reúnen a compradores y vendedores de forma periódica, durante un lapso de tiempo acotado, cada año o cada dos años. No fastidiemos, por sobreexposición, al libro su feria.