Una de esas frases hechas: «Murcia es muy pequeña, y aquí nos conocemos todos». El dicho contiene un prejuicio: viene a significar que nada es lo que parece porque todo el mundo sabe qué hay más allá de las apariencias. Es una verdad a medias. Murcia, séptima ciudad de España, no es tan pequeña. Y si nos conociéramos todos, no habría secretos; sin embargo, éstos, su develación en el ámbito de la política, nos asaltan casi cada día. Es verdad que en muchos casos son secretos a voces, que sólo llaman la atención cuando se repara en ellos. También es verdad que aquí conocemos hasta a los trolls, más que nada porque se revelan en su vanidad. Nadie que sepa algo quiere evitar que los demás sepan que lo sabe, incluso cuando ese conocimiento sea inconveniente para ellos.

Las fotos.

De pronto, alguien difunde una foto, en plena instrucción del caso que pone en un brete al entonces presidente de la Comunidad, en que se contempla en la terraza del céntrico Cafeto al juez responsable de la investigación, Pérez Templado, compartiendo caña y marinera con el concejal del PP que el exalcalde Cámara, imputado en varios casos, captó por su parentesco con quien fuera presidente del TSJ, Martínez Moya. Gran escándalo, sobre todo para los socialistas, que instrumentaban la denuncia sobre el Auditorio de Puerto Lumbreras. Aquella estampa gráfica parecía reproducir la connivencia entre el poder judicial y el político, a pesar de que, como «Murcia es pequeña», algunos avisados informaran de que esa amigable tertulia se mantenía con frecuencia, por razones de mutua amistad, desde mucho antes de que fuera detectada en pleno zafarrancho. Poco después, el escándalo se disipó, a la vista de que el juez no fue, en su resolución, precisamente amigable con el investigado. Pero esto también dio lugar a que algunos dijeran que el juez se mostró implacable para cancelar esas críticas. Es obvio que todo esto pertenece al capítulo del agip-prop, pero la política es un campo en el que se utilizan sin rubor los argumentos más peregrinos.

Ahora tenemos otra foto, la que ayer publicaba este diario, en otro bar y con otros protagonistas, también en un momento inoportuno: el vicesecretario general y portavoz parlamentario del PSOE, Joaquín López, comparte cerveza en la cafetería del Siete Coronas con el fiscal Manuel López Bernal y con Antonio Alemán, abogado colaborador del PSOE, que trabajó hace años con la esposa del fiscal, también abogada, en el asesoramiento jurídico de ese partido, hasta que el nombramiento de Bernal como fiscal jefe desaconsejó su continuidad y ocupó esa función precisamente López, hoy ya vicesecretario. ¿De qué tendrían que hablar estos tres protagonistas justo un día después de que el PSOE hubiera trasladado a la Fiscalía una denuncia por los ´audios de Roque´, el concejal bocazas que dimitió esta misma semana?

La pregunta es legítima. La responde Joaquín López: «López Bernal y yo somos amigos, y de vez en cuando quedamos y hablamos de política». De política. ¿De la cumbre de Davos, de la injerencia rusa en Cataluña, de los efectos de la globalización neoliberal? Es muy probable que no hablaran precisamente del caso Roque, pues es obvio que la denuncia del PSOE ante la Fiscalía quedará en nada, ya que las palabras que descalificaron para el ejercicio público al titular de Fomento en Murcia merecían un reproche político, pero tal vez sean difícilmente judicializables. Sin embargo, se puede pensar que en la mesa del Siete Coronas se compartía información. Dos abogados socialistas con un fiscal de la cuerda. En tal caso, ¿sería reprochable? Mejor debiéramos decir que sería revelador.

Pero, ojo, tocar esto es muy delicado, pues uno podría estar incurriendo en la campaña de linchamiento de López Bernal, que tal vez todavía no ha concluido después de que él mismo la dibujara en sus comparecencias en las televisiones nacionales tras haber sido relevado de la jefatura; alguna razón le asistía en la percepción de que se trató de una ´destitución política´, ordenada además por un ministro y un fiscal de impresentables ejecutorias, así como la del epígono de Anticorrupción que designaron, como pronto se observó. No obstante, también hay que señalar que la destitución de López Bernal fue muy tardía si es que el PP lo perseguía, pues ejerció durante muchos años en paralelo al poder popular. Lástima que este fiscal haya sido tan perseguido como ineficaz. De ningún otro de sus compañeros se ha hecho crítica alguna, a pesar de que han sido más efectivos en la lucha contra la presunta corrupción de miembros de las Administraciones populares y, sobre todo, han ido más aliviados de consideraciones de tipo político, justificadas o no en el caso de López Bernal. Eso sí, éste ha estado mediáticamente más arropado que ninguno, dado que la prensa ha contribuido a la difusión pormenorizada de las causas bajo su custodia, aunque finalmente muchas fueran destinadas al archivo.

Choque de prejuicios.

Murcia es pequeña y las amistades son libres. Pero llama la atención que los prejuicios sobre encuentros en los bares adquieran distinta dimensión según se mire desde unos u otros partidos. En el caso de la escena del Siete Coronas hubo cierto ruido, pues alguien quiso divulgar que, simultáneamente a ella, se produjo en otro espacio de ese mismo local una reunión en la que habrían participado el expresidente Pedro Antonio Sánchez y los actuales consejeros de Presidencia, Rivera, y de Turismo, Celdrán. Un intento de crear una imagen de equivalencia en la inoportunidad, que no tendría sentido si la reunión de los fotografiados pudiera leerse como irrelevante. Es decir ¿por qué el ´y tú más´ en este caso? Y menos cuando lo referido a Sánchez y los consejeros no se pudo sostener, pues el expresidente pasaba por allí, Rivera sencillamente no estaba, y Celdrán, exjefe de gabinete de Sánchez, se limitó a saludarlo cuando concluía su visita al director del establecimiento en una ronda que celebra con los responsables de hostelería a lo largo de la Región.

Aquí es donde chocan los prejuicios. Se supone que habría sido muy relevante si, en efecto, Sánchez se hubiera reunido con dos consejeros del actual Gobierno. Esto significaría, a efectos políticos, visto por la oposición socialista, que el expresidente sigue dictando desde fuera la acción que solo formalmente desarrolla López Miras. Perfecto. Una mercancía que se habría podido comprar. Pero, por la misma regla de tres, deberíamos comprar también lo que sí está constatado, es decir, que el aparato político-jurídico del PSOE se reune fuera de los despachos oficiales con el fiscal de su línea en momentos de activación de denuncias contra el PP, dejando así a la legítima especulación los supuestos que cualquier observador pueda entender.

La cafetería del Siete Coronas es el otro despacho del exfiscal jefe, como sabe cualquier asiduo. Esto no es extraño. En otros tiempos, para tomar contacto directo con jueces o fiscales, los abogados rondaban el Cerquis y el Legis (no sé qué cafetería fue bautizada popularmente con el antónimo de la otra), dos establecimientos en las inmediaciones del viejo Palacio de Justicia. En esos lugares se resolvieron muchos casos, con total transparencia, antes de acudir al tribunal constituido como tal, de modo que la informalidad en los tratos con el estamento judicial no parece una novedad. Pero cuando se trata de política y justicia es mejor poner distancia porque la proximidad llama demasiado la atención, sobre todo en ciertos momentos y circunstancias.

Claro que no hay que ir a las cafeterías para observar una confusa promiscuidad. Tampoco parece de recibo que el presidente de la Comunidad reciba en su despacho oficial de San Esteban al recién dimitido concejal de Fomento del ayuntamiento de Murcia, Roque Ortiz, saliente a causa, entre otras cosas, de la presión sobre él de la cúpula del partido que dirige López Miras, habiéndose expuesto él mismo en esa operación. Nadie se explica la necesidad de ese encuentro, tal vez para limar asperezas tras el choque entre la autoridad del presidente del PP y el alcalde de Murcia, decidido éste a proteger la continuidad de su concejal a pesar del contenido de los audios de sobra conocidos, o quizá para consolarlo y ofrecerle nuevas perspectivas tras un necesario paréntesis en su actividad política. También aquí la especulación es libre, y lo es porque no hay pretexto lógico que justifique esa entrevista. No lo hay por el lugar en que se produjo: el despacho oficial de la presidencia de la Comunidad. Otra cosa hubiera sido si López Miras hubiera citado a Roque Ortiz en la sede regional del PP, que está para estas cosas. Si hablamos de formalidades, hay que cumplirlas todas y han de cumplirlas todos.

La campaña más dura.

Los audios de Roque y la foto del vicesecretario socialista y el exfiscal jefe son la antesala de lo que vendrá. Porque se ha iniciado la campaña electoral más dura de cuantas hemos conocido en las últimas décadas. Hasta ahora, los resultados estaban cantados a expensa de sólo algunas variables menores. Pero el próximo choque será letal. El PP está en fase de descomposición, y pelea su hegemonía con Ciudadanos. Mientras, el PSOE no despega, Podemos retrocede ostensiblemente y se cuelan en escena nuevos populismos. Es una lucha infernal, aunque con tiempo por delante para ajustar alguna de estas tendencias. Esto no puede hacerse desde políticas de vuelo bajo, de modo que se ponen en marcha operaciones que produzcan grandes impactos. Murcia es pequeña, pero lo suficientemente grande para que cualquier reventón tenga consecuencias de alcance. Pongámonos a resguardo.