Ursula K. Le Guin era una consagrada escritora de fantasía y de ciencia-ficción. Había obtenido galardones muy significativos que la acreditaban como autora de esos géneros novelísticos al nivel de Isaac Asimov y de Arthur C. Clarke (2001, una odisea del espacio), incluso el Tolkien de El señor de los anillos, con sus series de Terramar y Ekumon y otras novelas de mundos imaginarios. Pero incluso otros de reconocido prestigio literario de los EE UU (el Premio Honorario Nacional del Libro y finalista del Pulitzer), incluso acreedora de los elogios de Harold Bloom, el crítico literario norteamericano más reconocido, en su El canon occidental.

En su lista de méritos tan típica de estos tiempos reduccionistas, se le considera una autora feminista, e incluso se le otorga aura de anarquista, pacifista y ecologista, lo que queda muy bien para un literato, siempre en su universo de la ficción creada con la palabra. Mas el mérito de la Literatura, lo que la convierte en Arte, no es la creación de realidades paralelas, mundos imaginarios donde se llevan a cabo las utopías que soñamos para huir de la mediocre realidad, sino que la palabra es el instrumento para que cada uno de los lectores encuentre a través de un conglomerado de significantes, como sucesión de convenciones fonéticas, un significado que a la vez es personal y universal.

Ursula K. Le Guin falleció el pasado lunes y la prensa escrita le dedica elogiosos obituarios, mas no menciona la que, para mí es una obra maestra de la Literatura: Lavinia. Al margen de todas sus series noveladas de ciencia-ficción o de fantasía, es ésta un ejercicio de lo que se ha venido a llamar metaliteratura. Su protagonista es personaje menor de La Eneida, la mujer con la que Eneas se encuentra en el Lacio y que tendrá entre su descendencia a Rómulo y Remo y luego toda la familia Julia. Virgilio también entrará a formar parte de una trama en la que, ocurrente y primorosamente trabada, la palabra cobra una fuerza inusitada para convertirse en auténtico pincel de un cuadro en el que se superponen distintos planos. Todos ellos enlazados con una prosa sutilmente poética, dotada de una sensibilidad por la que rebosa una mirada femenina de un mundo coetáneo al mito.

Poco me importa como lector si su posición política fue la de feminista más o menos radical, anarquista hasta la médula o ecologista en acción. Lo que me dejó gratamente admirado es que en su novela sea tan perceptible la visión, la voz y la palabra de una mujer. En un mundo en el que la presencia del hombre es constante y mayoritaria, no me preocupa la ausencia de un listado de mujeres literatas, porque entre otras cosas, abomino de las cuotas y de los mecanismos de discriminación positiva. Lo que agradezco sobremanera es la presencia de una escritora con mayúsculas, como Carmen Laforet en su día, como Colleen McCullough, cuya serie novelada sobre la Roma del siglo I a. C. es, más que novela histórica, una fuente del conocimiento del mundo clásico, pues a éste también se puede llegar a través de la recreación virtual o la imaginación virtuosa.

Empero, la cálida voz de Le Guin no sólo transmite una revisión de La Eneida, la gran epopeya del mundo romano, sino que reivindica la vigencia de un autor sin parangón. Virgilio escribió en latín un poema épico de los más maravillosos que se hayan podido escribir jamás. El latín no fue una lengua muerta hasta comenzado el siglo XX, porque todos los universitarios del mundo occidental conocían esa lengua y eran capaces de comunicarse en ella. De un tiempo a esta parte, las políticas educativas de todos los países de nuestro entorno han condenado al latín a ser una lengua muerta. Como dice Ursula K. Le Guin, el placer de leer a Virgilio en su propia lengua ha quedado reducido a unos cuantos entusiastas para los que es muy frecuente que se les erice la piel al sonido de unos ritmos y una palabra que para el común de los mortales, ya siempre serán inauditos, jamás escuchados.

En la era del conocimiento, nuestro mundo occidental puede jactarse de haber enterrado una fuente primordial de los saberes sobre los que se fundan sus propios cimientos. La sociedad que ignora de dónde viene, difícilmente puede encontrar el camino de su porvenir. Es el primer síntoma del alzheimer en el que vive nuestra civilización.

Gracias, Ursula K. Le Guin, por rescatar cual arqueóloga de la Literatura, un trazo de la memoria colectiva y por esta recreación virtual de los padres de nuestro tiempo. Eneas encontró junto a Lavinia el final de su viaje, pero en ella germinó la semilla de un nuevo tiempo. Sit tibi terra levis, que la tierra te sea leve y el papel te resucite cada vez que un lector curioso quiera acercarse a las páginas de la gran Literatura.