Con otros problemas gordos a la vista, el de la corrupción puede que esté amortizado pero no lo suficiente para el elector que tendrá que elegir con qué centro-derecha quedarse. Si con el de Rajoy que ha hecho de su indolencia una manera peculiar y hasta aplaudida de gestionar los tiempos en política, si con el que lidera Albert Rivera, que aspira ser el Adolfo Suárez de la nueva Transición. Uno de los discursos que más rentabiliza, frente al Partido Popular, Ciudadanos, que aún no ha tenido tiempo de corromperse y aspira al beneficio de la duda, es precisamente el de la corrupción. Y a los populares les ha estallado en las narices una nueva Filesa con las acusaciones de Ricardo Costa sobre la financiación ilegal del partido en Valencia, que apunta al máximo responsable de entonces, Francisco Camps. Lo de los trajes de gorra era una cosa y esto que el exvicesecretario popular valenciano cuenta, inculpándose él mismo, es otra bastante más grave.

Si la explicación oficial se limita a no responsabilizarse de lo que sucedió en otro tiempo, siguiendo la estrategia de Rajoy de que los problemas hay que dejar que se pudran antes de afrontarlos como es debido, el Partido Popular seguirá desangrándose, sólo que en esta ocasión con una alternativa hegemónica a las puertas. Rajoy ha venido manteniendo como esperanzas su teoría de la dilación y la amenaza de Podemos para seguir disponiendo de la confianza de los votantes, distraídos por sus habilidades de viejo zorro y temerosos por la amenaza populista en la izquierda. Ahora es muy diferente, Podemos ha dejado de meter miedo y hay un rival decidido a disputarle el terreno que pisa.