Reconozco que cometí un desafortunadoerror verbal que me ha hecho reflexionarsobre si merece la pena la política,cuando ésta muestra su peor cara,el acoso personal y familiar,la hipocresía y la falsedad.

Esta frase del testamento político con el que ayer se despidió Roque Ortiz de la concejalía de Fomento es todavía más expresiva de su inadaptación a los rigores del servicio público que aquéllas que dictó ante la asamblea de pedáneos del PP y que han sido motivo de su cese. Es un reconocimiento expreso, si bien involuntario, de que este protagonista no se entera de nada. O, por piedad y atendiendo a que se trata de un catedrático universitario a quien se le supone la necesaria formación en Humanidades, complementaria a su especialidad en Ciencias, diríamos que no quiere enterarse.

¿Qué entiende Ortiz por ‘error verbal’? ¿Un trabuque expresivo, una discordancia sintáctica, un exceso en la adjetivación? Basta escuchar el audio de su exposición para entender que no hay error alguno, sino plena conciencia de lo expresado, con delectación en el detalle y admoniciones precisas, y todo en un tono ajeno a la exaltación, de mero didactismo, nada que ver con la disculpa de su alcalde, Ballesta, que quiso justificar el inequívoco significado de la arenga en una ‘personalidad volcánica’ que, de tenerla Ortiz, no se apreciaba en su discurso. Pero si por ‘error verbal’ entiende el ya exconcejal el hecho de haber puesto negro sobre blanco lo que no debe pronunciarse, aunque esto deba darse por sobreentendido, le convendría revisar la adjudicación a terceros de la imputación de hipocresía, ya que ésta le correspondería a él tras admitir que su exposición fue un error, pues deducimos que quiere significar que el error no sería lo que dijo sino el hecho de haberlo dicho.

Pero cuando Roque Ortiz se desparrama de manera espectacular es en su reflexión acerca de que no le merece la pena la política, «cuando ésta muestra su peor cara». La pregunta inmediata es: ¿cuándo muestra la política su peor cara? Respuesta para el caso: cuando un concejal, que se debe al servicio público, reclama en los sanedrines de su partido el ejercicio del clientelismo en añejo formato decimonónico y describe éste con la estricta definición canónica de que dan cuenta las más reputadas enciclopedias.

El resto de su carta al alcalde es una alegato expreso contra la ‘nueva política’, pero concibiendo ésta no como el resultado de la alerta generalizada ante los continuados abusos del poder, sino como una fiscalización desbocada de valores a los que no está dispuesto a renunciar. Pero tales valores, tal y como los expresó ante la asamblea de pedáneos, no son precisamente edificantes, pues reproducen el viejo modelo del voto cautivo. Su recurso a que su gestión no está empañada por imputaciones judiciales (con la salvedad, habría que precisar, de que su viaje gratis total a Estambul en el jet privado de un promotor con intereses urbanísticos en el municipio cuando él ejercía como gerente de la empresa pública Urbamusa acabó archivado por prescripción) establece una ‘línea roja’ muy singular, como si en el espacio público sólo fueran reprochables las prácticas judicializadas y no también aquéllas que, sin constituir delito tipificado, pervierten el juego democrático por querer influir con recursos públicos en la voluntad privada y discrecional del voto soberano de los individuos.

Ortiz se va sin haber aprendido la lección. A ver si otros la aprenden en su nombre.