Si hay algún deportista español al que identifiquemos con el término cenizo, ese es Carlos Sáinz. Los pocos o muchos que se hayan acercado a su trayectoria habrán visto las veces que se ha quedado a las puertas del éxito. «La cagamos, Luis, la cagamos», aquel martes 23 de noviembre de 1994, último día del Rally de Gran Bretaña, es uno de los momentos televisivos más repetidos en su prolongado listado de fracasos. Nos encontramos ahora, en 2018, a Carlos a Sainz, capaz de competir en el Rally Dakar con 55 años conquistándolo por segunda vez en su trayectoria. Muchos de los que ahora lo leemos con cierta alegría y orgullo, habríamos caído en la desdicha y nunca más, tras el abandono del pasado año (¡su quinto consecutivo!), volveríamos a intentarlo. Sainz no teme a la mala suerte, es un deportista y como tal asume que la única verdad para él es el entrenamiento, la disciplina, la profesionalidad y la convicción en su capacidad.

Ha entrenado como nunca y como nadie para hacerse con el Dakar de este año. Carlos Sainz es un ejemplo perfecto para todos, un estímulo para que desde el niño que acude al cole y cree que se le dan mal las matemáticas y no vale para eso, hasta el adulto que se desanima por no encontrar trabajo, sepamos que la mala suerte no existe, es una burda excusa para los mediocres. Debemos persistir para no caer en el derrotismo. Buena lección de vida nos ha dado otra vez el veterano piloto.