El presidente del PP, Fernando López Miras, ´echará a patadas´ de su partido a ´quienes metan la mano´, pero preferirá hacerlo después de que lo dicte un juez. La primera parte de esta frase parece expresar una nueva contundencia contra la corrupción, sobre todo por la manera expeditiva y poco delicada que se deduce del modo concreto de expulsión del sujeto pillado en falta: a patadas. Pero la segunda parte nos devuelve al modelo rajoyano, que consiste en que en el PP no se pagan responsabilidades políticas hasta que no se hacen expresas las judiciales, y a veces ni con esas, según una expresiva relación de casos. Estamos en las mismas, y por ese lado será la oposición la que condicione la permanencia en los cargos de los políticos del PP que resulten sospechoso de cualquier tipo de tropelía, restando así credibilidad al partido que más irregularidades registra, consiente y mantiene. Sin novedad en el frente.

Pero en este caso López Miras ha ido más allá, sin querer, se supone. «Echaré a patadas a quienes metan la mano», dice, y todavía necesita que lo ratifique un juez. Hasta ahora, el PP no matizaba en esos casos, en los de quienes ´meten la mano´. Lo hacía dulcificando determinadas actuaciones como ´irregularidades administrativas´, que para ese partido podían ser disculpables si no existía beneficio económico personal a consecuencia de ellas. Para el PP, la corrupción se limitaba a quienes meten la mano en la caja, y todo lo demás lo disculpaba, pero al menos para aquéllos planteaba respuestas ejemplares, o al menos así ha actuado cuando no ha tenido más remedio a la vista de los hechos irremediables. El presidente murciano, tal vez involuntariamente, traicionado por un inhábil manejo de conceptos, deja también a cargo del juez de turno la expulsión consecuente de quienes ´meten la mano´, la última escala de cualquier proceso de corrupción en las artes políticas.

La cualidad de los ´nuevos políticos´ no se traduce en su juventud o en sus buenas intenciones, sino en cambiar los formulismos que han desgastado aquellos que los han precedido. Si un asunto tan medular como la corrupción política se sigue atendiendo desde la más alta responsabilidad de los partidos con los esquemas que no la han impedido sino que, por el contrario, la han alentado, de nada sirve presentarse con una factura de innovación o de nuevo impulso, pues todo resulta entonces postureo, sin avances cualitativos. Queda entonces en manos de los electores decidir si la novedad que precisan no estará en otros partidos cuando al que han venido apoyando se muestra tan remiso a cambiar, siquiera en la retórica, criterios básicos para la regeneración. Aquí, en vanguardia o nada.