Para que yo me llame Ángel González, / para que mi ser pese sobre el suelo, / fue necesario un ancho espacio / un largo tiempo: / hombres de todo el mar y toda tierra, / fértiles vientres de mujer, y cuerpos / y más cuerpos, fundiéndose incesantes / en otro cuerpo nuevo». Es así como arranca el poema autobiográfico del poeta Ángel González, a quien en estos momentos se le tributan varios homenajes en su memoria, ahora que hacen diez años que «avanza por caminos que no llevan a ningún sitio. El éxito de todos los fracasos», según sus palabras definitivas.

Así fue el poeta, tal vez el más metafísico de su generación, la llamada Generación de los 50, la que nos trajo algunas de las plumas más deslumbrantes y lúcidas de la literatura, Pepe Caballero Bonald, José Agustín Goytisolo, Gil de Biezma, Claudio Rodríguez, Juan Marsé... Es por ello, por su poesía, que Ángel es recuerdo poético de un humanismo que yo tuve la suerte de conocer por el comienzo de los años setenta, siendo en Lorca, y presentándose como amigo de Paco Rabal. Pero yo ya conocía sus versos, que admiraba, y aquellos días de fiesta en la ciudad del sol fueron inolvidables. De ahí nacería una amistad que yo veneraba, y nos vimos por los ochenta y noventa en adelante, tanto en Madrid como en Murcia, y más tarde en Sevilla y Murcia, otra vez, así como cuando venía de Alburquerque donde, en Nuevo México (USA), por donde estudiaba mi hijo Pablo y Ángel y su mujer daban clases en aquella Universidad.

Tanto su compromiso político como su sencillez para vivir fueron siempre su manera de convivir también con los demás. Esencial poeta, íntegro desde aquel libro Palabra sobre palabra, revelación de una vida incapaz de acabar con la poesía que albergaba su alma, Ángel González, humor del fino y poderío lírico, inteligencia y equilibrio, había estudiado Derecho y Magisterio, con un padre muerto cuando el poeta tenía dos años y un hermano fusilado en la guerra (in)civil española, así como una hermana represaliada por lo mismo, por aquel franquismo asesino que duró tantísimos años y que a él también le represalió. Fue maestro y funcionario de Obras Públicas, pero sobre todo un enorme poeta.

Era profundo en sus palabras y, por eso, Ángel González nos dejó dicho que «en el fondo, la poesía no es más que una forma de decir, una peculiar manera de hablar». Y fue así como vinieron otros libros como Sin esperanza, con convencimiento o Tratado de urbanismo. Se ha dicho de él que era un poeta humilde, pero una figura indispensable cuando hablamos de poesía sencilla, como es la buena poesía, aquella que nos hace daño por su fortaleza al contarnos su interior, el puro hueso, como lo es la de este asturiano de braveza. Y aunque fue premio Príncipe de Asturias de las Letras, mereció también el Miguel de Cervantes.

Y vaya una suerte que tuve yo aquel año cuando mi amigo Paco Rabal me lo envió a casa, ya que Lorca estaba en fiestas, y nosotros nos pusimos festeros también. Un abrazo y mi recuerdo siempre para mi querido maestro poeta por ser así, como su poesía. Y es aquí donde citaré a un amigo común, Luis Muñoz, cuando dijo de Ángel: «Nunca he conocido a un poeta que se pareciera tanto a sus poemas».