Si Pablo Iglesias no fuera un líder agotado sabría que la última oportunidad de Podemos consiste en facilitar que Ciudadanos presida el Parlament de Cataluña. Traedme a un niño de cinco años, diría Groucho, y lo vería así. ¿No es cierto que la cuestión catalana requiere ´hacer política´? Hacer política, para Podemos, consiste en este momento en zafarse de la trampa del nacionalismo como alternativa que oculta la razón de ser con que fue percibido inicialmente el partido de Iglesias. Tendrían que salir de ahí ya, abandonar ese charco, sobre todo cuando la cosa no da más de sí a pesar de los discursos agónicos posteriores al intento de superar al Estado. El infernal bucle nacionalista ha deglutido a Podemos, y con él, al conjunto de la izquierda que se había sumado a la marca con la suposición de que el programa no se precipitaría a imaginarios escapistas de su razón social de ser, y menos cuando el conglomerado se ha mostrado incapaz de transmitir su paleta de matices, confirmando lo que era previsible para todos: que encallaran en lo facilón.

Visto que la cuestión catalana es tóxica para las estrategias de ámbito estatal, Podemos debería intentar salir de las arenas movedizas en que tontamente se ha dejado atrapar y recuperar la perspectiva general de su identidad primigenia. Si su objetivo fuera desbancar al PP, vería que la manera más práctica en lo inmediato es potenciar a Ciudadanos, en esta fase el principal sumidero por el que se desangra el voto popular. Si Podemos recuperara su política, al menos la que le suponíamos, entendería que Ciudadanos es un aliado involuntario para tumbar al PP, como lo fue para condicionarlo en el momento de emergencia de los nuevos partidos, que fueron capaces de combinar estrategias (en Murcia, sin ir más lejos) para establecer reformas regeneracionistas: ley electoral, comisiones de investigación...

Mientras Podemos anda perdido, incapaz de desactivar la disyuntiva catalana, que no atiende a lo ideológico sino al dilema nacionalista, el PP lo va teniendo más claro al advertir que su adversario principal en el resto de España no es ya el PSOE, sino Ciudadanos. Pues bien, ya que Podemos, difuminada su identidad original al incurrir en la trampa catalana, no se ve en las quinielas de la alternativa de Gobierno, podría impulsar las contradicciones del bloque de derechas para dar remate al PP antes que insistir en una estrategia de comparsa atontado del nacionalismo con la que no ha conseguido transmitir más que ambigüedad ante el cuerpo electoral, incluido el autóctono, y perplejidad entre los aliados coyunturales de izquierda.

Los sufrientes de esta deriva pueden localizarse en la Región, donde es paradójico que un grupo político como el de Podemos, con una muy digna ejecutoria de oposición, se vea abocado inevitablemente a un desgaste que le es ajeno a consecuencia de la desnaturalización del programa general de ese partido. Llama la atención que esto sea así sin que los dirigentes regionales de Podemos clamen contra el estado de cosas en la cúpula, aunque es bien evidente que quienes en otros territorios se han atrevido a hacerlo han sido fulminados sin demasiados miramientos. Esto significa el acabamiento a efectos de modelo democrático y nacional de este proyecto aun antes de que lograra ahormarse con nitidez, más allá de su emergencia como réplica a la molicie a que acabó dando lugar la política concertada del bipartidismo.

Un paso más en esta persistencia, y en Murcia tendrán un epitafio en jerga huertana: Una matica que no echó.