Este fin de semana estuve 25 horas encerrado en mi coche. Tal como lo oyen. Exactamente, un día y una hora metido en mi vehículo. Como podrán imaginar, esto no se debe a que haya decidido participar en el Dakar, ni a un acto de locura, ni a una apuesta absurda, sino a que me quedé, junto a otros 4000 vehículos, atrapado en mitad de la ratonera en que se convirtió la AP-6 tras la 'intensa' y 'copiosa' nevada del sábado. A pesar de la maravillosa experiencia que supuso para mí este acontecimiento, la cual quiero agradecer a Abertis y al Gobierno central, hoy no voy a hablarles de cómo sobrevivir a una ventisca en mitad de la carretera, ni de la falta de información que sufrimos, ni de la falta de quitanieves en la autopista, ni de los cerca de 80.000 euros diarios que se calcula que recauda Iberpistas por el peaje de la AP-6, ni de los 70 millones de euros que gana al año, ni del ministro Zoido y del director de la DGT viendo el partido del Betis contra el Sevilla, ni del radar de la AP-6 que recauda casi un millón de euros anualmente, ni de la corrupción política y empresarial que conduce a recortes que luego provocan que miles de ciudadanos queden tirados en una autopista o que miles de enfermos queden arrinconados como colillas por los pasillos de los hospitales de la Seguridad Social. Como digo, hoy no voy a hablarles de todo eso, sino de la afición del pueblo español al extremismo.

Todos sabemos que el pueblo español es de por sí guerrillero, poco dado al razonamiento, ofuscado, de garrotazo fácil, propenso a la confrontación hasta el límite. Lo sucedido el pasado fin de semana es el reflejo de todo ello. Pocos minutos después de producirse el corte de la AP-6, las redes sociales comenzaron a llenarse de mensajes absolutamente opuestos: por un lado, miles de personas se quejaban de que nadie había pasado a ofrecerles bebidas calientes al tiempo que señalaban que se habían quedado sin gasolina, como si el Estado fuese una dulce madre que tuviese que pensar por ellos que ante condiciones adversas hay que rellenar los depósitos de los coches. Por el otro lado, miles de personas decían que la culpa de todo lo sucedido era de los conductores, que eran unos irresponsables por lanzarse a la carretera sin cadenas, sin comida, sin gasolina o sin mantas, como si en vez de ir a Madrid los conductores de la AP-6 tuviesen que conquistar el Oeste. En el término medio, apenas unas cuantas voces que, entre el griterío mediático, finalmente desaparecieron. Evidentemente, es cierto que existe una enorme irresponsabilidad por parte de ciertos conductores que se lanzan a la carretera en pleno temporal de nieve como si fuesen a la playa, pero también es cierto que existe una manifiesta falta de previsión cuando una arteria principal como la AP-6 es cortada no cuarenta minutos, sino quince horas. Ambas afirmaciones son ciertas, sin embargo, los españoles las convertimos en afirmaciones antagónicas e irreconciliables: o estás a favor de una o estás a favor de la otra.

Decía Tomás de Aquino, contrariado por los extremismos de la época, que temía al hombre de un solo libro. Hoy en día, setecientos años más tarde, los hombres de un solo libro ya dominan las redes sociales, la gran enciclopedia del mundo. A partir de ahí, estamos todos perdidos.