En una sociedad plenamente capitalista, las calles serían privadas. La idea resulta instintivamente rechazable incluso para personas de espíritu liberal, partidarias de la privatización en otros ámbitos. Si bien la propiedad privada de las calles puede considerarse un caso extremo dentro de una sociedad capitalista, resulta aleccionador reflexionar sobre tal situación, pues podemos hallar respuestas a preguntas típicas en torno a la privatización de otros bienes y servicios. En lo que respecta a las calles, las cuestiones que suelen suscitarse son del tenor de: ¿quién mantendría, limpiaría, vigilaría, si no lo hace el Estado? ¿Cómo se sufragarían esos servicios? ¿Podrían los propietarios simplemente cercar una calle e impedir el paso al resto de ciudadanos?

La privatización de las calles no supone un mero experimento mental; en EE UU llegan ya a 55 millones los residentes en las conocidos como ´HOAs´ (homeowner association), asociaciones de propietarios. Se trata de asociaciones privadas creadas por el promotor de una serie de viviendas. Adquirir una de estas viviendas implica la pertenencia a la asociación, con las condiciones que se establezcan. Se ha constatado que las viviendas incrementan su valor cuando forman parte de una de estas asociaciones.

En un mundo netamente capitalista, el propietario paga la cuota de la sociedad, que se encarga de mantener todos los servicios pertinentes. Las ventajas respecto al sistema actual son diversas. En primer lugar, existe un contrato explícito, donde se detallan los servicios que presta la asociación. En segundo lugar, existe la posibilidad de abandonar la asociación y, por tanto, dejar de pagar a esa asociación.

Podemos encontrar ejemplos del sistema HOA aquí mismo. Existe en Sangonera la Verde una añeja casa solariega cuyos muros tristemente amenazan ruina. Se trata de una bella construcción del Siglo de las Luces, erigida por la ilustre familia Guil, que lucía una llamativa torre: como Torre Guil, por tanto, se conoció a la casona. La mansión torreada da lugar, superando una cuesta que discurre por entre bucólico paisaje, a la urbanización homónima.

Torre Guil conforma, aparte de un bello enclave entre pinos y cerros, un residencial de propiedad privada (excepto la calle principal y el parque). Por menos de sesenta euros al mes sale el mantenimiento, el saneamiento y la seguridad privada. Quienes solo se imaginan el mundo tal y como es (de estatalizado) pueden visitar Torre Guil; constatarán aquello de que hay otros mundos, pero están en este.