El paso que vamos, la mayoría de los humanos acabaremos cumpliendo los criterios de algún diagnóstico psiquiátrico. No digo yo que esto sea bueno ni malo, pero tampoco es cuestión de tomárselo tan a la ligera. Cuesta explicar que no toda tristeza es una depresión, como tampoco desconfiar del canalla que tienes al lado es un síntoma de paranoidismo. Ahora bien, la realidad es que tendemos a psiquiatrizar la vida diaria. Y, para seguir abonando la confusión, aparece ahora la Organización Mundial de la Salud (OMS) proponiendo nuevas enfermedades y equiparándolas a los más graves problemas de la salud mental. La última, la adicción a los videojuegos.

Esta costumbre de crear patologías llega a ser un tanto esperpéntica. Hace algunos años, el British Medical Journal publicó el listado de las principales 'no enfermedades' que los propios médicos consideraban que sí lo eran. Entre ellas aparecían supuestas patologías como la calvicie, la fealdad, el embarazo, las bolsas en los ojos? ¡o la preocupación por el tamaño del pene! Nada extraño cuando el ranking lo encabezaban el envejecimiento, el trabajo -sí, sí, el trabajo- y el aburrimiento. Acepto que la senectud pudiera generar cierta confusión, pero ¿hay médicos que consideran el trabajo o el aburrimiento como una enfermedad? Por cierto, la ignorancia también fue una de esas 'no enfermedades' más representativas. Curioso, ¿no?

En esto de conceptualizar las enfermedades mentales, hay dos entidades que sientan cátedra. Eso sí, más por su poder de decisión que por su decadente autoridad. De una parte, la omnipotente Asociación Americana de Psiquiatría (APA), con una más que dudosa independencia respecto a la industria farmacéutica; de otra, una Organización Mundial de la Salud (OMS) a la que, en el asunto que nos ocupa, le corresponde un papel gregario respecto a la anterior. Parece lógico disponer de definiciones homogéneas -aunque no siempre consensuadas- porque, en esto de los males de la mente, acaba opinando todo bicho viviente. El problema surge cuando esos criterios no atienden al sentido común sino a la opinión de los comunes, que es cosa bien distinta.

Con cada nueva clasificación publicada, el número de enfermedades psiquiátricas crece inexorablemente, hasta el punto de duplicarse en los últimos cincuenta años. Cierto es que se ha avanzado en el conocimiento de estas patologías y también es más acusada la influencia de distintos factores que pueden favorecerlas. El acoso escolar y laboral, el estrés, el maltrato, el desempleo o las rupturas sentimentales, son ejemplos de ello. Pero se trata de factores predisponentes y no de enfermedades en si mismas. Por tanto, habrá que buscar otras explicaciones a la aparición de estos novedosos trastornos psiquiátricos, ajenas a las que nos ofrece la propia ciencia.

¿Qué se esconde detrás de cada una de estas nuevas enfermedades? En ocasiones, intereses de la industria farmacéutica, necesitada de dar salida a medicamentos que no han demostrado la esperada eficacia en el tratamiento de otras patologías. De esto, en las adicciones ya estamos más que acostumbrados. Otras veces son las presiones de gobiernos y lobbys de opinión. Vean, como muestra palpable, la nueva definición que la administración estadounidense dará a lo que hasta el momento se conocía como recomendaciones basadas en la evidencia. A partir de este año, serán recomendaciones «en consideración con los estándares y deseos de la comunidad». En otros términos, desvirtuar la ciencia en favor de la opinión social -y política- mayoritaria.

Nos vienen ahora con que la adicción a los videojuegos sea considerada como una enfermedad. Poco importa que, a diferencia de las adicciones a sustancias, no exista una evidencia de neurotoxicidad, ni de mecanismos de neuroadaptación que cronifiquen el trastorno. Tampoco el daño psiquiátrico se asemeja, ni de lejos. Equiparar este tipo de conductas a la dependencia al alcohol, la cocaína o la heroína, conlleva una banalización de éstas últimas adicciones, bastante más prevalentes, graves y complejas. Es la política del 'café para todos' que, a buen seguro, traerá funestas consecuencias para quienes sí sufren un serio problema adictivo. Este es, precisamente, uno de los ejemplos que auguraba Allen Frances, ex coordinador de la anterior clasificación de la APA, cuando criticaba los intereses que subyacen en estas decisiones. Para Frances se trataba de «estúpidos y potencialmente dañinos diagnósticos». Y así parece.

En su mayoría, estas supuestas adicciones corresponden a conductas disfuncionales que manifiestan un problema de salud mental subyacente, pero no constituyen la enfermedad en si misma. En otros términos, son el síntoma y no la causa. Múltiples investigaciones han demostrado que el uso abusivo de videojuegos, internet y demás parafernalia, es más habitual entre quienes padecen determinadas enfermedades psiquiátricas, como la depresión, los trastornos de ansiedad o el trastorno por déficit de atención. Sin embargo, no hay evidencia que apunte en sentido contrario. Por tanto, quizás el problema no sea el uso del videojuego en si, sino la deficitaria atención a la salud mental de los niños y los adolescentes. Una realidad que, posiblemente, no sea tan atrayente para los responsables de la atención sanitaria y que, al mismo tiempo, deposita cierto grado de responsabilidad en las carencias de los sistemas sanitario y educativo.

En esta línea de coincidir con la opinión social y con lo que transmiten los medios de comunicación, sería más cauto aplaudir los sabios designios de la OMS. Pero, para bien o para mal, habrá que resistirse a ello y declararse en rebeldía ¿Vamos a empezar a medicar a todo 'adicto' a las compras, a internet, a los videojuegos o a coleccionar chapas? Me dirán que no, que es mejor optar por los tratamientos psicoterapéuticos y estoy de acuerdo. Ahora bien, ni es habitual ofrecer este tipo de tratamientos en la sanidad pública, ni se dispone de los recursos necesarios para atender las necesidades actuales. Y tengan por seguro que ciertos laboratorios estarán ya esperando a la vuelta de la esquina. Tampoco estoy dispuesto a que, detrás de los videojuegos y siguiendo con los presagios de Allen, llegue la adicción a las compras, al móvil o a la gamba roja. A este paso acabaremos coincidiendo con los Basaglia, Szasz y compañía -los antipsiquiatras por excelencia- en que todo esto de la Psiquiatría es un invento. Y, aunque buenas razones tienen algunos de sus argumentos, ni mucho menos es así.

Sería más práctico preocuparse de la raíz de la cuestión, que no es otra que la impulsividad extrema ¿Se atiende debidamente este problema, en la asistencia a la salud mental infanto-juvenil? Es evidente que no o que, en el mejor de los casos, son excepciones ¿El modelo educativo prepara a los jóvenes para mejorar su control conductual? Tampoco ¿Alguien analiza y controla los contenidos disociales de algunos de estos videojuegos? Me dirán que es censura ¿verdad? Pues todos ellos son pasos previos que deben andarse antes de lanzar programitas pseudopreventivos o, como ya ha ocurrido en alguna comunidad autónoma, de crear un centro para tratar este tipo de conductas compulsivas? ¡cuando aún no existe evidencia científica sobre cómo hacerlo! Pero, como de costumbre, estas tonterías tienen mayor impacto mediático que la aplicación de un método lógico.

En fin, que con declararlos enfermos nos quedamos tranquilos. Lo de prevenir el problema, dejémoslo para el que venga detrás. Y, una vez más, la historia se repite.