Los Reyes Magos: hace mucho tiempo que no os hablo de lo bien que me porté en el último año. Quizá la última vez fue antes del derrumbe de un sueño, pero tuve que colaborar un poco más, pues los años del desarrollismo se correspondieron con un incremento de la natalidad y, a los mayores de familias numerosas nos tocó en algún momento ser, si no tutores, al menos guardadores de hecho de nuestros hermanos, tal como Cleo en la familia Telerín. Así pues, en algún momento que ya no recuerdo, a la abdicación de mi padre asumí una corona que nunca creí merecer, pues para mago tuve más de Tamariz que de los otros, aunque, a falta de chistera, uso sombrero borsalino.

Tiempo ha vi una representación de vuestras majestades en un antiquísimo mosaico de Rávena y hoy siento una llamada en lo más recóndito del corazón, como el tantán de una jungla que al crecer vi transformarse en bosque, luego en sembrado y hoy no es más que un horrendo residencial que sólo tiene de verde el césped artificial de la piscina comunitaria, una yuca mal cuidada, una palmera sin desmochar y los toldos que, por acuerdo mayoritario de la comunidad, son de verde inglés.

En la lista del debe, asiento que no estuve en todas las guerras y batallas en las que se me requirió y tal vez por ello pueda imputárseme alguna derrota, mas he de decir en mi descargo que no es buen guerrero quien no está curado de sus propias heridas. Así pues, ante vosotros me presento con algunas cicatrices que ajaron mi rostro, después de un año que ha sido de calafatear las naves y pulir el carenado, he tallado un nuevo mascarón y estoy listo para botar la nave, con la tripulación enrolada y presta a largar velas. La cicatriz en el rostro y un lóbulo perforado dan cuenta de que ya crucé alguno de los tres cabos que dan prestigio a los buenos marinos.

Mas llega el tiempo de las peticiones, que son tres, como la Trinidad, como los tres grandes cabos, Hornos, Leeuwin y Buena Esperanza, pues tantos fueron vuestros regalos al Niño Dios: oro para el Rey que era por su descendencia de la estirpe de David, incienso para el Dios y mirra para el hombre. Pediré, pues, tres regalos para la cuarta hora de la noche en que arribáis.

Los reyes de hoy en día son los políticos, los que nos gobiernan y los aspirantes. A ellos entregamos nuestros impuestos que nos devuelven en magros servicios sociales, sanidad y educación recortados y mal gestionados, y una administración con elefantiasis, de miles de funcionarios mal aprovechados y, las más de las veces, despreciados por los mismos que los dirigen y gobiernan nuestras comunidades. Para ellos, reyes del mambo que viven creando más problemas de los que solucionan, a vuestras majestades yo pido la palabra en modulada lengua y afilada pluma para denunciar su complacencia con la injusticia, su alianza con los poderosos y su desprecio del sufriente. No será nada benévola, pues la voz del pueblo se arrogan y a las masas hablan con generosas promesas una y otra vez incumplidas.

Para los dioses pido a vuesas majestades que las Musas iluminen mi cálamo. Con él reclamaré a Némesis su implacable justicia con los Titanes, dioses nómadas de la ira y la venganza, que habrán de regresar al Tártaro donde se les confine. Mas a los manes benefactores y a las divinidades protectoras del hogar y la familia, les ofrezco las habas tiernas de temporada invernal a cambio de su auxilio y amparo.

Y para los hombres pido de los magos astrónomos que me acerquen la estrella que vio nacer a mis contemporáneos, pues en ella he de ver el corazón de sus almas. Al enemigo comprenderé tal vez y, con ello, sabré los motivos de su inquina y la razón que le mueve. Y al amigo, qué decir de su estrella, pues señalarla quiero en el firmamento como guía de mis preocupaciones y cuitas.

Con estos regalos, me haréis afortunado, pues de los hombres comprenderé su cuidado, de los dioses recibiré sus dones y alejaré su iracundia y de los reyes no espero nada, pues aquel que se ofenda por lo que diga estará engalanado de soberbia y merecerá todos los dardos. Mas quien comprenda la razón de mis críticas, tal vez le reste un atisbo de cordura, suficiente para variar su deriva y comprender que los delfines que asoman por su amura de babor no son la clac del teatro que aguarda para aplaudir a su entrada, sino mamíferos acuáticos, los desheredados de la tierra que esperan de él, no el reino de los cielos, sino que obre en justicia por los más necesitados y por aquellos que confiaron en la ilusión democrática de las urnas repletas.

Y así termina mi carta con estos presentes que pido: para el oro, el acerado reproche de Juan Nadie; para el incienso, la humilde plegaria; y para la mirra, la mirada sensible y la voz comprensiva.