Según deduje de mi visita a una gran superficie librera días antes de Reyes, la gente regala muchos libros: los mismos que corbatas en épocas pretéritas. Quizá la literatura se ha desplazado insensiblemente al campo de la moda, en el que funcionaría a modo de complemento. Donde antes te obsequiaban un pañuelo de seda para el bolsillo superior de la chaqueta, tal vez ahora te ofrezcan un libro sobre el silencio, por poner un ejemplo. El silencio tiene un prestigio enorme, como La 2 de TVE, que nadie ve. El silencio se practica poco, pero se glorifica mucho. En la librería había ruido por todas partes. En realidad solo permanecían callados los volúmenes de tapa dura y los de bolsillo y los encuadernados en piel o en tela.

Hubo un instante, en medio de aquella barahúnda en el que me quedé sordo, como les sucede en las películas a los personajes que están a punto de entrar en crisis o de ser objeto de una revelación. En ese estado alterado de conciencia percibí los libros en su pura materialidad, me hice cargo de su peso orgánico, se me hiperrealizaron, por decirlo deprisa, y escuché el silencio atronador de todas aquellas páginas encuadernadas que llenaban los huecos de las librerías. Pasados unos segundos de estupor, la realidad recobró su furia y por un momento no supe si me encontraba en la FNAC o en Zara, ni si había ido a comprar una novela o un cinturón de piel.

Había ido a por una novela, concluí, pero me había equivocado de día. Dos hombres se peleaban por ver quién estaba el primero en la cola para pagar. Abandoné el centro comercial sin libro y me fui a dar un paseo por las calles atestadas de gente con bolsas. Advertí en los compradores más desasosiego que placer. La gente no encontraba lo que quería, bien porque ignoraba lo que quería, bien porque lo que quería ya se había agotado. Tal vez por eso, las librerías del centro, habitualmente vacías, se encontraban hasta los topes. Allí, con frecuencia, no eres tú el que encuentra el regalo, sino el regalo el que te encuentra a ti. Hay títulos que te llaman por tu nombre. Si te acercas a ellos y lees la primera página, comprenderás que fueron escritos para que los leyeras tú. Pero para que ello ocurra se necesita un poco de silencio.