Los independentistas hacen bien una cosa. Enseñan a Rajoy lo que es la política. Este hombre cree que todas las tierras hispanas son iguales. No es así. Hay hechos diferenciales. En Cataluña, por ejemplo, existe la dignidad política. Y eso han demostrado los independentistas. Que la tienen. No han hecho caso de lo que para Rajoy es un absoluto, la economía y sus apocalípticas amenazas. Como si él vendiera bienestar, estabilidad y riqueza. La economía ya por sí misma es una amenaza, como para que encima se intensifique como chantaje. Sabemos que el oficio de este Gobierno ha sido producir catástrofes. Todos las aguantamos. Eso da libertad a la hora de votar. Elegir lo que ellos quieren tampoco nos libra de ellas.

La dignidad política consiste en defender un vínculo con instituciones históricas aunque cueste sacrificios. Desgraciadamente, España no tiene instituciones históricas a las que vincular un sentido de la dignidad política y carece de un valor incondicional. Así que, a pesar de que afirman que la suerte de España les trae sin cuidado, los independentistas están haciendo un servicio a nuestra política. No ha sido Podemos, no ha sido el PSOE, no ha sido Arrimadas los que han llevado a Rajoy ante el verdadero espejo de su ineptitud. Han sido los independentistas, y no precisamente los radicales de la CUP, sino la tropa de pequeños burgueses que va detrás de Junqueras y de Puigdemont, para los que una centenaria Generalitat significa algo que ningún español entiende. La vida de la pequeña burguesía es así: tiene pocos motivos de orgullo, y se aferra a los que pueden ofrecerle un sentido trascendente a su vida. Lo que ha demostrado la elección del 21D es que ese sentido reside en las instituciones históricas catalanas, algo que en Madrid no podrá entenderse aunque España se funde de nuevo.

Obviamente, este espléndido día de Navidad en que escribo, luminoso y sereno, ya llega tarde para un análisis pormenorizado del acontecimiento catalán. Sin embargo, resulta claro que ni España ni Cataluña tienen una salida fácil. Que no hayan perdido los independentistas significa que no ha ganado Rajoy. Me alegro más de lo segundo que de lo primero, pues ni quiero una Cataluña independiente ni quiero una España donde gane Rajoy. Quiero una España capaz de imaginar una política que incline a Cataluña a quedarse. Sin embargo, la cuestión es cómo realizar ese escenario imaginario. Y lo primero para realizar algo es imaginarlo bien. Aquí, al menos yo, presiento los límites de una correcta imaginación.

En efecto, ahora en Cataluña tendrán que combatir dos legitimidades en el bloque independentista: la que consideran originaria y la producida por una nuevo acto democrático, masivo, inolvidable, la elección del 21D. Supongo que las fuerzas favorables a la independencia podrán al final administrar esta tensión, pero no será fácil. Puigdemont tuvo una extraña relación con la lista de Junts pel Sí. No era su candidato y llegó a ser presidente por un carambola grotesca. Ahora se le añade una legitimidad menor de cabeza de una rara lista cuyas relaciones con su propio partido no están claras. Las fuerzas independentistas llegarán a un acuerdo, pero falta saber si Puigdemont desea aplicar su legitimidad presidencial antigua con una fuerza política mucho más estrecha. La segunda cosa a saber es si seguirán dependiendo de las CUP o más bien contarán con la abstención de Domènech.

Si los independentistas leen su victoria como un aval de sus planes de impulsar la república, ciertamente buscarán el pacto con las CUP. Entonces desoirían al mundo entero. Basta leer la prensa más seria de Europa y América para darse cuenta de que con el 47% de los votos todos recomiendan formar un Gobierno legal, pero no impulsar la secesión, sino un pacto. Pero si el nuevo Gobierno asume este curso de acción, entonces él mismo reconocerá el carácter ilegítimo de todos los actos realizados al final de la legislatura pasada. Así que el independentismo tendrá que imaginar un camino que no sea poner fin a su propia obra, pero al mismo tiempo aplazarla en su validación. Lo que eso pueda significar para las CUP y para sus propias bases nadie lo sabe. Pero dudo que haya otro camino.

Por lo demás, al menos todos sabemos que la política, que ahora incluso Rajoy sabe que existe, sólo se puede resolver con política. Así que los jueces y fiscales harían bien en dejar de ser los subalternos de un Gobierno inepto que vendió la piel del oso a Europa, para devolver esta situación a donde siempre debió estar: sacar de la prisión a todos los actores, reconocer que formar un nuevo Gobierno implica anular todo lo anterior y retirar los cargos que nadie en Europa puede compartir, como rebelión o sedición. En todo caso, seguir considerando que la República catalana existe, y dar por buena esta teatralidad, tiene tantos fundamentos como que Arrimadas y el PP se declaren en el Parlament el Gobierno legítimo de Cataluña, en la medida en que aceptan el orden constitucional. La previsión del artículo 155 no es la de destituir a un Gobierno democrático con amplio apoyo popular. Es la de hacer obedecer a un Gobierno que se salta la ley. Si no existe previsión constitucional para la situación catalana, lo mejor es reconocerlo cuanto antes y reformar la Constitución también en este asunto. Lo que no tiene sentido es forzar la Constitución de una manera que puede dañarla definitivamente.

En todo caso una idea se impone: donde hoy está Arrimadas tenía que haber estado una persona de Podemos. Para eso nació esta formación. Y una de la razones de que Demènech haya bajado es sencillamente que nadie cree ya que este Podemos tenga una solución para España. Pues lo que caracterizaba al votante de En Común-Podem, es que deseaba una Cataluña más progresista en una España renovada. Iglesias, al dejar toda la iniciativa a Domènech hace inverosímil su apuesta política en Cataluña. En realidad, hace inviable la política de los dos. Ahora comienzan a verse los errores de Pablo Iglesias en todo su perfil. Quien en su día le susurró al oído la estrategia de enderezar el palo, esa estrategia de bandazos, ¿no le recordó que esta forma de operar funciona si al final del camino hay una dictadura o algo que se parece a ella como dos gotas de agua?

Y en verdad, lo que hemos visto del funcionamiento del equipo de Iglesias es un esquema casi despótico de poder. Pero sin condiciones de dictadura, los elementos del palo seguirán vivos y acabarán exigiendo su libertad. Espinar ahora lo sabe, como lo sabe el ex JJEMAC Rodríguez. Pero sobre todo, en democracia resulta imposible ocultar la debilidad interna que esas dinámicas producen. Esto no es solo malo por llevar al partido a la irrelevancia. Es malo porque en política no hay vacíos. Si uno no lo ocupa, otro lo ocupará. Arrimadas lo ha hecho porque en Cataluña no hay lugar sino para dos opciones: república catalana o España. Podemos era la síntesis mientras su programa fue una España popular y republicana. Ese era el sentido de la síntesis de populismo y republicanismo que hizo crecer a Podemos con el viento a favor. Esa era la única tercera vía porque no era tercera, sino la ocupación del espacio no independentista con una España popular rigurosa y valiente. Al final se ha cedido a la vez a la ficción independentista y al sentido vigente de Estado. En suma, se ha emprendido una tercera vía al modo PSC, forjada sobre cesiones, y no sobre apuestas positivas. Y ese es el único camino que no lleva a sitio alguno.

Mientras, sin embargo, la situación que provocó el éxito de Podemos no se ha movido un ápice. ¿No es este suficiente motivo para que Iglesias piense en serio en una refundación?