En los años en que se absolvía a los ladrones en la ley, en que se descubría, cada día, otro saqueador del presupuesto público o de los ahorros de las Cajas, cuando Emilio Botín prestaba su nombre a una doctrina jurídica que consagra la impunidad para los que tienen más dinero y Jordi Pujol, el padre de la Cataluña moderna, se revelaba como un estraperlista, en los años de desahucio, paro y prevaricación, el Gobierno de Mariano Rajoy actuó, aunque no lo pareciese: blindó los cuerpos policiales, recortó las libertades de reunión y expresión, trató de domesticar a los jueces y logró repetir dos mayorías relativas que no le permitían llevar a cabo su programa, pero que impedían la plasmación de cualquier otro.

Entonces, muchos catalanes (y no catalanes) percibieron el Estado de la restauración monárquica como irreformable, un artefacto a la vez joven y petrificado, con un ritualismo seco incompatible con la conductividad. Y abrazaron la independencia, a Podemos, a las Mareas (Let´s climb to the tide!, cantaba Jim Morrison). Aunque Artur Mas aplicara los mismos recortes que Rajoy, aunque también los socialistas suscribieran, a menudo, la política del PP con lo cual españoles y catalanes podríamos crear una confederación bajo el lema «¡Viva mi dueño y yo que lo vea!». Por cierto: a los militantes de ETA nunca se les acusó, como a los dirigentes catalanes, de sedición y rebelión, pese a que los etarras sí querían arrancar la independencia por la fuerza de las armas o eso decían los carlistones.

Las ultimas autonómicas catalanas ratifican el mapa político de Cataluña, como era de esperar, con un poder central que permite las elecciones, pero no que Oriol Junqueras defienda su programa (y lo mismo con Carles Puigdemont). Reconoce los resultados, pero no sus consecuencias, lo que nos lleva a la conocida doctrina católica de respeto al homosexual siempre que no ejerza como lo que es. Raro, raro. Se avecina una guerra de nervios que renovará la decisión de Madrid de no compartir su poder que para eso ha tomado prisioneros. Ante todo, mucha calma.