Le hice caso. Sí, a aquella señora con la que me crucé hace unas semanas tras pisar una caca de perro y que, con una amplia sonrisa burlona me dijo que comprara el 86 para el sorteo de la lotería de Navidad. No tenía pensado hacerlo, pero unos días después volví a pisar otra y pensé que podía ser verdad eso de que una situación tan repugnante me traería suerte. Algunos incluso me animaron a adquirir el décimo. «Nos toca seguro», sostenían. ¡Ni un euro! Ni del 86 ni de ningún otro. Así que a seguir jugando y en otra ocasión. Eso sí, en la medida de lo posible, evitaré nuevos encontronazos con los excrementos de los canes, aunque me da a mí que no voy a tener tanta suerte, porque entre los dueños de mascotas incivilizados y la indignante falta de limpieza de las calles y las aceras, aumenta el número de posibilidades de toparme con una catalina. Lo que no haré seguro será volver a comprar esa terminación maloliente. Me pregunto por qué se la conoce como, perdón por la grosería, la mierda. Porque eso es lo único que me ha tocado. A mí y a la mayoría de los mortales que, ahora, pensamos en lo que hubiéramos podido disfrutar de esos ´taitantos´ euros que nos hemos gastado y nos hacemos el propósito de invertir mucho menos en el azar el año que viene.

Lo que huele cada vez peor es la situación política. Y no me refiero a la catalana, que nos va a seguir dando disgustos durante muchos años, en los que, si nadie lo remedia, las tensiones y las divisiones irán en aumento, hasta el punto de que nos obligan a posicionarnos y a convertirnos en radicales de uno o de otro bando. O de una u otra banda, porque eso es lo que se están convirtiendo muchos trajeados por estos lares. En fin, que no malgastaré mucha más tinta sobre esta tema, pero sí compartiré con ustedes una anécdota que me ha ocurrido esta semana cuando he ido a comprar el cava para brindar estas fiestas. Reclamé el asesoramiento de la dependienta de la tienda, que me mostró tres marcas que destacaban en la exposición y me dijo: «Aquí tiene usted dos valencianos y uno navarro. ¿Porque no lo querrá usted catalán, verdad?». Sobran más comentarios.

Menos trascendente, pero igual o más tenso está el panorama político en Cartagena, donde continúan los cruces de acusaciones entre los líderes de los dos partidos socios de Gobierno. Se menosprecian y retan continuamente, sin atreverse a dar un paso más allá, echando un pulso en el que no se sabe quién ganará, pero sí que la que más pierde es Cartagena. Pese a todo, esta semana en la que se han aprobado los presupuestos de la Comunidad autónoma para el próximo ejercicio, ambos han coincidido en que son claramente discriminatorios para nuestro municipio. La alcaldesa, Ana Belén Castejón, ha advertido con su vehemencia habitual: «No vamos a consentir que se ningunee a Cartagena». Pero lo ha dejado ahí. Ha reclamado un listado de inversiones qué harán si no se incluyen en las cuentas de la Región. Por su parte, su todavía socio y antecesor, José López, ha vuelto a disparar para todos lados, con sus críticas al Gobierno regional, pero también hacia la regidora, a quien le ha restregado que tratar de mantener buenas relaciones con el Ejecutivo de López Miras con una actitud dialogante y negociadora le ha pasado factura a nuestra comarca, donde, según el edil de Movimiento Ciudadano, las inversiones previstas para 2018 son menos que cuando él sostenía el bastón de mando. «López reclama a Castejón que dé más ´guerra´ al Gobierno regional», tituló este periódico. No sé si el término bélico surgió del portavoz municipal de MC, pero parece que en el PP se lo han tomado en serio. Al menos su portavoz en la Asamblea Regional, Víctor Martínez, a quien no sé si le sobrarán o faltarán razones cuando sostiene que los presupuestos de la Comunidad suplen la incapacidad y el desgobierno entre López y Castejón», pero creo que se ha columpiado, y mucho, al equiparar la tensión entre los aliados en el Gobierno local con la que se vive desde hace décadas en Oriente Medio. «Los cartageneros ven con incredulidad cómo es más fácil poner de acuerdo a palestinos e israelíes que a Ana Belén Castejón y a José López que tienen la ciudad paralizada», comentó el parlamentario popular pasándose unos cuantos pueblos, sobre todo por respeto hacia quienes sufren desde hace años una lucha tan sangrienta por un territorio. No voy a ser demagogo ni alarmista, pero si nos pasamos de frenada, si no medimos o pensamos lo que decimos dos veces, si no rebajamos tensiones, quién sabe si la herencia que le dejaremos a nuestros nietos será la de dos bloques enfrentándose, con armas o sin ellas, por un puñado de euros o por un trozo de tierra.

Ya está bien de vendernos la moto, de contarnos sus cuentos, de darle la vuelta a los discursos para adaptar la realidad a lo que nos quieren hacer creer, de hacernos pensar que somos afortunados por haber pisado una caca, porque eso siempre será mala suerte. Ustedes manejan el dinero, saben cuáles son nuestras necesidades, aunque discrepen en las prioridades y, ahora, les toca ponerse de acuerdo, se caigan bien, mal o regular. Eso no nos importa.

Porque todos queremos lo mismo, que por muy difícil que se pongan las cosas, por muy cuesta arriba que se haga el día a día, por muy complicado que lo veamos todo, que no nos roben la ilusión, la certeza de que, como cantaba Annie, el sol brillará mañana. Por muy feas, asquerosas y malolientes que nos quieran pintar las cosas, responderemos con el mismo optimismo que el niño que se encontró una boñiga de caballo al desenvolver su regalo.

¡Feliz Navidad!