Ayer tuve un día extraño. Me levanté pensando en la Navidad. Me preguntaba dónde estaría, si de verdad la estábamos esperando, si más allá de las luces, los escaparates, las alfombras rojas, habría una señal. ¿Qué quedaba de ella en la ciudad? Hacía frío y cuando fui a ponerme los guantes, junto a los míos llevaba otro desparejado en el bolsillo. En la entrada del pabellón 9, el bedel me recibe como siempre con un entusiasmo que, tan temprano, me abruma un poco. En clase los alumnos parecen más dormidos de lo habitual. Pegada a la pared, una alumna mira con expresión triste, como si estuviera esperando una noticia que no termina de llegar. Otra, a quien es raro ver sin una sonrisa en la boca, le cuenta a sus compañeras que se va a Valencia a ver a su novio y pregunta dónde está la estación. En la hora de tutoría, un alumno repasa su examen diciendo que no tiene ninguna excusa y que no quiere robarme más tiempo, pero creo que se queda con las ganas de contarme algo. El viento desplaza nubes llenas de lluvia. Al mediodía nos juntamos en el bar de enfrente de la universidad para tomar un aperitivo y compartir nuestros planes de vacaciones. En casa, las niñas me dicen que han llamado de la floristería Pedro Navarro. Se miran entre ellas y bromean sobre el misterioso regalo que su padre les está preparando. Pero yo no tengo ni idea de qué puede ser pues no he hecho ningún encargo. Después de comer salgo pronto para dejar el coche en el taller. Tomo café con una amiga a la que hace tiempo que no veo. Hablamos de libros (le digo que no se pierda La librería de Penélope Fitzgerald y ella me recuerda que ya la leyó y que me la recomendó y no le hice caso). Luego vamos paseando hasta el centro y nos despedimos donde ella ha dejado su coche. Hay días que parece que no llevan a ninguna parte. Hacemos cosas como si pusiéramos cachitos insignificantes de tiempo sobre la cinta transportadora de la vida cotidiana. Por separado, esos trozos no son nada y no podemos ver en qué se convertirán al final. En la floristería hay una orquídea lila a mi nombre, un rectángulo de chocolate negro y un libro de cuentos de Eça de Queiroz. Según pone en la etiqueta de la planta, necesita mucha luz.