No sabemos si son todos los que están ni si están todos los que son. Me refiero a ´presuntos culpables´ en la denuncia interpuesta por el Fiscal Jefe de Murcia contra políticos y empresarios por la contaminación del Mar Menor en los últimos años.

Entre los que están, Fuentes Zorita ha sido el primero en salir a defenderse. El expresidente de la Confederación Hidrográfica del Segura se muestra ´indignado´ y considera ´un sinsentido´ que lo acusen a él, que aprobó la única ley de protección de la laguna siendo consejero de Ordenación del Territorio con el PSOE en los años 80, «y no a quienes la derogaron». Puede ser un buen argumento, pero necesita más desarrollo. Menos habladoras se han mostrado, entre los acusados, las empresas agrícolas, algunas de carácter multinacional, que después de haber roturado sin control, y de forma ´desmesurada´, según matiza el fiscal, miles de hectáreas alrededor de la laguna le piden ahora a la Administración, así genéricamente, ´infraestructuras´ para descontaminar lo que ellas contaminan. Unas empresas agrícolas que roturaron aun sabiendo que el agua de los pozos con la que tendrían que regar no era de calidad para el cultivo. De ahí que fueran instalando desalobradoras (cuantificadas en un millar, y casi todas ilegales) «con el fin de limpiar ese agua cuyo rechazo contaminado (estimado en un 30%) volvían a meter en el subsuelo, contaminando aún más el acuífero, o echándolo directamente al Mar Menor a través de la rambla del Albujón».

Y así es como los nitratos y la salmuera que constituyen la principal fuente de contaminación del Mar Menor han ido a parar a la laguna. Hasta herirla de muerte.

Entre los que no están, pero podrían estar, se encuentra Valcárcel, expresidente de la Comunidad durante las dos últimas décadas, las mismas en que se consumó el crimen. Aquel que decía enarbolando la pancarta del Agua para todos, junto Aznar, «dadme votos y os daré agua», o se manifestaba junto a Rajoy, sí, junto al actual presidente del Gobierno, pidiendo a gritos el Trasvase del Ebro. Claro que eso eran otros tiempos. Los de Nova Carthago y otras tropelías que todavía están por juzgar. Ahora, retirado en Europa, guarda un sepulcral silencio sobre el tema, se pone de perfil cuando esos mismos agricultores con los que se manifestaba se expresan por las calles de Murcia no se sabe contra quién, y pone de parapeto, de escudo humano, a su exconsejero de Agricultura y fiel escudero, Antonio Cerdá, para que se coma sus marrones. También, por supuesto, el de la destrucción de la laguna salada.

El caso es que, como en aquella película que no sé si existe, entre todos la mataron y ella sola se murió. A decir verdad, somos muchos los culpables, y cada uno con nuestro grado de responsabilidad. Unos por haber mirado para otro lado por un puñado de votos, por haber hecho de la corrupción su forma de hacer política; otros, por haber roturado ilegalmente tierras para forrarse; otros, por pensar que la ecología y la agricultura sostenible son cosa de antisistemas jodedores, y que lo único válido es producir y producir a cualquier precio; y otros por acordarnos de Santa Bárbara sólo cuando truena. El caso es que, y esa es la triste realidad, la mayor laguna salada de Europa, nuestra joya turística de la Región, está herida de muerte. Si alguien se salva en este estropicio son los grupos ecologistas, que vienen denunciando desde hace años la catástrofe. Esos ´agoreros´ que, mira por dónde, han acabado teniendo razón.

Visto a ras del agua, el verdor turbio de la laguna es una tragedia ecológica a escala local; contemplado desde la Estación Espacial Internacional, en la imagen enviada por el astronauta Pedro Luque, ese verdor turbio adquiere tintes apocalípticos a escala planetaria. Nos produce esa extraña sensación de que cada día que perdemos en su recuperación nos acerca a lo irreversible.

El fiscal, aunque tarde, ha intentado frenar ese camino a la perdición. Le ha puesto nombres y apellidos a quienes, por acción y omisión, son presuntos culpables de esta fechoría. Es un buen comienzo. Falta por saber si la denuncia será lo suficientemente disuasoria para evitar que sigan entrando en el Mar Menor, según sus propias palabras, más de 4.000 toneladas de nitratos al año por vías superficial y subterránea. Esos chorros de agua contaminada fácilmente apreciables, pero que nadie vio (y menos que nadie el Gobierno regional) hasta que los grabó Anse.

Tampoco sabemos si a medida que vayan avanzando las pesquisas judiciales la lista de los que están se irá ampliando con nombres sonoros que no están. El tiempo lo dirá.

En cualquier caso, lo que más deseamos es que la transparencia de las aguas llegue pronto, muy pronto. ¡Ojalá estuviera ya aquí! Y, si es posible, que venga acompañada de otra claridad. La claridad de las responsabilidades políticas y judiciales en este asunto tan turbio.