No hay más que salir por la ciudad y comprobar el volumen de clientela de los restaurantes y bares. No solamente durante las fiestas navideñas: es que abren un local nuevo y cuando intentas ir a cenar para probarlo está todo reservado.

Se va notando la alegría financiera, aunque dentro de unas semanas todos nos sometamos a la rigurosa cuesta de enero y cambiemos el solomillo de buey por la pechuga de pollo, no por mor de la dieta sino por el gastazo extra de diciembre.

Ya se respira en el ambiente que nos vamos situando fuera de la crisis que tanto nos ha tocado los bolsillos desde hace años. Poco a poco, la mayoría nos hemos acostumbrado a no gastar con tantas alegrías y a racionalizar la forma en que damos suelta a nuestros ingresos, que antes se nos escapaban de las manos porque creíamos que se nos aparecerían una y otra vez como maná. La ruina económica nos ha reeducado y ojalá sirva de ejemplo para nuestros hijos, que tendrán que aprender que aquel disparate de derroche, de opulencia y de caprichos consentidos que conocieron a comienzos del milenio no era normal.

De un tiempo a esta parte, hasta los oficios te vuelven a torear como a una vaquilla cuando les pides que te hagan una chapuza en casa: están por otras obras más grandes y rentables y no hay tiempo para perder en menudencias. Cuánto me alegro por ellos, pero como la cosa vaya tan bien me veo apuntándome a un curso de fontanería a distancia para poder arreglar el inodoro.

Estamos fuera de la crisis: lo dice la ropa andrajosa que se ha vuelto a poner de moda entre las desoficiadas blogueras y sus secuaces. Se dice que en época de vacas flacas es cuando más se presume de poderío y surgen los brillos y dorados en los escaparates; en cambio ahora se impone la austeridad en el vestir, con esos vaqueros rotos que tanto horrorizan a nuestras madres.

Las calles vuelven a pasear bolsas de papel con compras y las tabernas se llenan de conversaciones agitadas y botellas de vino del bueno, pero con otra prudencia. Que no nos falte esa sabia consejera que antes no supimos considerar, y sepamos gastar y guardar, que es el secreto del éxito para todo.