La revisión
paloma manzano 11.12.2017 | 04:00
¿Cuál es ese lugar al que acudes más nervioso que al dentista y del que deseas salir antes de llegar porque te da miedito? La ITV.
Es solo pensar en tener que ir allí y se te antoja ese día de color gris, como perdido. Sobre todo cuando entras en las oficinas a entregar la documentación y un cartel reza lo siguiente: «Tiempo estimado de espera, dos horas y diez minutos». Y tú ni has comido para pasar este trago a mediodía, «que hay menos gente». Ja. Es entonces cuando piensas en huir para no regresar nunca, pero recuerdas que a partir del día siguiente no puedes circular sin la amenaza de trescientos euros de multa. Tic, tac: no puedes escapar.
Sí, hay cita previa pero es igual: te van a meter la mano hasta el corvejón y vas a sentir que te hurgan en lo más íntimo sin tener que levantarte del asiento, todo ello abonando la factura por adelantado. Son los peajes que hay que pagar por tener coche.
La angustia de la espera es la misma que cuando estás en la sala del ginecólogo para una revisión rutinaria, solo que esta vez el examen es en grupo y por filas, pero todos vamos a pasar por el ecógrafo vaginal y a alguno le encontrarán algo anormal, seguro. Porque cuando tienes dolores o malestar y vas al médico ya sabes que estás enfermo, pero no hay nada peor que la incertidumbre, y los inspectores, conscientes de su superioridad, están dispuestos a destriparte y ponerte del revés para sacarle las vergüenzas a tu carro.
El primer golpe viene cuando te piden que abras el capó y no recuerdas dónde está la palanca. Es la misma sensación de estar ante el doctor cuando te dice que te vayas desvistiendo, lo que anuncia que te van a tocar por sitios donde nunca entra la luz...
Luego, al son de ´pulse freno´, ´marcha atrás´, ´punto muerto´, ´luz de posición´ (¿qué porras es eso, que no me acuerdo?) te sientes como un pelele que se sacó el carnet de conducir hace tantos años que ya no recuerda los nombres técnicos, ni falta que te hacen para lo que usas el coche.
Te tocan las puertas, las ventanas, los cinturones de seguridad, hasta los humos, para que recobres tu humildad y recuerdes que, aunque tengas un cochazo, eres muy mortal.
La ITV nos iguala a todos por debajo, desde el mismo foso donde te trastean la dirección y los frenos y que tanto vértigo me da mirar.
Ya cuento los días que restan para regresar el año que viene, con el coche un poco más viejo, y de nuevo con el miedo de que me pillen en alguna falta. De vez en cuando va bien que te bajen a la tierra.
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