El pasado de 10 de noviembre, la Sociedad de Filosofía de la Región de Murcia organizó un acto en el que participaron todos los partidos políticos con representación en la Asamblea Regional para debatir el futuro de la presencia de la Filosofía tanto en secundaria como en bachillerato. Lo más llamativo fue la claridad con que, a mi juicio, se pudieron vislumbrar los distintos elementos que se entrelazan en este debate:

La reivindicación laboral. La disminución de horas de docencia de la filosofía en secundaria y bachillerato, que impone la LOMCE implica la reducción de profesorado de la materia. Esto tiene dos consecuencias (como mínimo): 1. Menos plazas de interinidad y peores condiciones laborales (menos horas y, por tanto, menos sueldo); 2. El cierre de una salida laboral (tal vez la principal) para los egresados y egresadas del grado en filosofía. Ambos son problemas prioritarios y legítimos, que deben ser solucionados de una forma justa.

El debate sobre el futuro de la filosofía. ¿Podrá sobrevivir en una sociedad donde se valoran habilidades y conocimientos que parecen muy alejados de los que ofrece? Identificamos dos temas. El primero tiene que ver con la docencia en la educación obligatoria y se plantea hasta qué punto podemos quitar horas a asignaturas identificadas como nucleares para el futuro de nuestros hijos (las ciencias, la informática, los idiomas) para dárselo a una asignatura cuya ´utilidad´ es cuestionada.

El segundo tiene que ver, precisamente, con esa utilidad de la filosofía. Podemos identificar las raíces de ese cuestionamiento con la forma en que la docencia en filosofía se organiza durante la Transición. Por un lado, el primer objetivo fue liberar a las Facultades de Filosofía del rígido control ejercido por la neoescolástica, amparada desde el régimen dictatorial. Para ello se confeccionó un programa de historia de la filosofía que potenciaba el estudio de los grandes autores, como se hacía en ese momento en los países de nuestro entorno, principalmente Francia y Alemania. Por otro lado, la división administrativa por áreas de conocimiento separó del ´cuerpo principal´ de la disciplina a la Estética, la Filosofía Política, la Filosofía de la Ciencia, etc.

Cuando se traslada esta estructura al currículo de bachillerato la Historia de la Filosofía (entendida como historia de las ideas) vuelve a identificarse con el núcleo de la disciplina (impartiéndose en la asignatura de COU), desplazando todo aquello que podríamos llamar ´filosofías aplicadas´ al cajón de sastre que era la asignatura de tercero de BUP.

Las apelaciones a una filosofía ´útil´, ´transformadora´, chocan con los recuerdos de nuestra etapa de bachiller: el sucesivo comentario de textos filosóficos que nunca ´tocaban´ nuestra vida cotidiana. No resulta extraño, por tanto, que el único argumento que tiene posibilidades de ser compartido por todos sea que la filosofía forma parte de nuestro patrimonio colectivo y de nuestra riqueza cultural, y que por tanto tenemos derecho a acceder a él (Zamora Bonilla). Pero, ¿no convierte esto a la filosofía en una disciplina sin futuro?

Una nueva relación. Son muchas las voces proféticas que nos avisan: el futuro está aquí, y si la filosofía no se adapta, lo tendrá muy difícil. Nos equivocaríamos si descartásemos sin más esta advertencia. Pero ¿en qué puede cambiar la Filosofía?

En primer lugar, debe dejar de pensarse ajena al cambio. La filosofía, tal y como se practica en España, tiene unos orígenes muy concretos, que hemos esbozado. Nuestros currículos de bachillerato también. Tal vez debamos sentarnos y pensar si realmente lo que necesita el alumnado de bachillerato es saber ´historia (de las ideas) de la filosofía´ o si podemos pensar esa asignatura de forma distinta.

En segundo lugar, como señala Marina Garcés, si la filosofía nace como un arte callejero, como una discusión abierta a la ciudadanía (con todas las limitaciones que este concepto tiene en la Atenas clásica), encerrarla fue intento por domesticarla. Que la filosofía esté presente en la vida cotidiana de nuestras sociedades es, por tanto, fundamental.

Para ello, y esta es la tercera ´pata´ que sostendría esta nueva relación, la filosofía debe volver a hacer lo que siempre hizo: discutir los problemas actuales de la sociedad en que vive. Deberemos por tanto situar en el centro a las filosofías impuras, aquellas que reflexionan, desde la tradición, sobre los problemas de la ciencia, de la estética y de la política. Aquellas que tienen algo que decir en temas como la configuración de identidades colectivas, el papel de las emociones en la vida política, el papel de las artes y la música en la educación ciudadana, el feminismo, la amenaza del cambio climático€

Se trata, en definitiva, de forjar una nueva relación entre la filosofía y la comunidad en que esta se desarrolla. Una relación crítica, problemática. Una relación viva, salvaje. Una relación transformadora. Como siempre se ha pensado la filosofía.