Una de las muchas fotos que han circulado por las redes sociales de la jornada de convivencia de Navidad que celebró el Partido Popular de Cartagena el pasado fin de semana muestra a los pesos pesados con los que cuenta la formación en el municipio y su comarca. En la instantánea destaca el actual presidente local, Joaquín Segado, haciendo unas declaraciones ante las cámaras de la televisión autonómica. A su alrededor, colocados casi estratégicamente para que todos pudieran salir en la foto, se disponen el portavoz municipal, Francisco Espejo; el flamante delegado del Gobierno, Francisco Bernabé; el consejero de Presidencia y Fomento, Pedro Rivera, y la portavoz del Gobierno regional, Noelia Arroyo. La imagen traslada la sensación de que todos son una piña, de que los adalides cartageneros del partido arropan a su líder en la ciudad, de que todos reman en la misma dirección. Y es posible que sea así, que el ambiente sea de unidad total y absoluta, que las posibles diferencias entre unos y otros sean nimias y se resuelvan sin alharacas, en el seno interno de la formación. Todo ello encaminado a un objetivo primordial: tratar de recuperar la hegemonía perdida en Cartagena.

La citada jornada de convivencia ha sido un gran paso para transmitir la ausencia de fisuras y, por contra, exhibir un poder de convocatoria que para sí quisieran el resto de formaciones del municipio. Sin embargo, el buen ambiente, ese buen rollo predominante que se gastan en un PP cartagenero rejuvenecido no oculta que donde está el meollo real de cara a las próximas elecciones municipales es en la elección del candidato a la alcaldía de esta formación, o lo que es lo mismo, en quién sera el sucesor de la antaño encumbrada y ahora defenestrada Pilar Barreiro.

La imagen de un partido feliz y sin enfrentamientos contrasta con la que lleva ofreciendo casi desde el principio la coalición del Gobierno municipal, integrada por el PSOE y Movimiento Ciudadano. Las disputas entre las formaciones que ostentan el poder permiten al PP reforzar su modelo de partido unido. Mientras que en el Ejecutivo local deshojan la margarita para formalizar una ruptura que ya es evidente, los populares aprovechan para darse un baño de masas con afiliados y simpatizantes con el que recuerdan que, si bien no ostentan el poder, fueron el partido más votado en las anteriores elecciones, en las que obtuvieron diez concejales, frente a los seis del PSOE y los 5 de MC. Al PP le viene de perlas que la alcaldesa, Ana Belén Castejón, y su socio de Gobierno, José López, se tiren los trastos a la cabeza. Les dejan en bandeja su labor de oposición, que se sustenta en las críticas hacia la improvisación y la dejadez que origina un Ejecutivo enfrentado, en el que no se hablan, en el que se comunican mediante amenazas y burofax, a pesar de que, como bien ha remarcado la propia alcaldesa, los despachos de unos y otros están separados por apenas unos metros.

La supuesta prolongación de un pacto de la servilleta o del boli que ya está más que roto es una bendición para el PP, que se frota las manos para que esta disputa perdure lo máximo posible y les permita a ellos seguir mostrándose como referencia de unidad y seriedad. Además, la actualidad informativa en el ámbito político local se centra en ese enfrentamiento entre los supuestos aliados. Porque cuando se decidan a hacer efectiva la ruptura, lo contrario sería una sorpresa, el foco de las noticias municipales en esta sección se desviará claramente a la designación del candidato del PP. Eso sí, no esperen que los posibles aspirantes se destripen ni que evidencien sus diferencias en público. Los dirigentes populares están más que experimentados en estos procesos y, por eso, procuran evitar unas primarias que, en la mayoría de los casos, debilitan más que refuerzan a los partidos. Ellos designarán a su candidato como lo han hecho siempre, con expectación, pero sin estruendos. Y limarán las posibles disputas en casa.

Puestos a hacer quinielas y volviendo a la foto del inicio del artículo, empezaré con mis descartes. El primero, el unionense Francisco Bernabé, quien ya ha lidiado con responsabilidades municipales en su tierra y, ahora, hay quienes sostienen que sus aspiraciones pasan por tomar el mando en la Región, con permiso del actual presidente, Fernando López Miras. Quienes le conocen bien, creen que Bernabé sería un buen candidato a ocupar el sillón del Palacio de San Esteban. Mi quiniela también descartaría al consejero Pedro Rivera, que parece más adaptado a sus responsabilidades en el Ejecutivo regional que interesado por gobernar en Cartagena.

Por su parte, Segado y Espejo, pese a su juventud, forman parte de la vieja guardia, ambos han sido escuderos de Barreiro y, aunque en el partido no se duda de su valía y su dedicación, muchos se decantan por una cara nueva, sin vínculos con la hegemonía de la que para muchos siempre será ´la jefa´. Ahí encaja la portavoz del Gobierno regional, Noelia Arroyo. Me consta que en los órganos de dirección del partido hay bastantes que la colocan como la primera en las quinielas para optar a la alcaldía y tratar de recuperar o acercarse más a la mayoría absoluta que perdió el PP tras veinte años arrasando en la ciudad. Porque piensan que se lo está currando.

Pero, bueno, todo eso es política ficción. La realidad es que entre batallitas, convivencias y plenos indignantes, la situación política de Cartagena está tan atascada como el Paseo Alfonso XIII hace unos días. Y cuanto más dura el atasco, más se cabrea el personal.