Que la Justicia acabara dando carpetazo al proceso abierto hace 18 años por la contaminación del río Segura era algo previsible. Sin embargo, en una región acostumbrada a que todos los problemas se eternicen, como si fuese imposible salir del letargo que Vicente Medina definió como ´la cansera´, resulta milagroso que el Segura haya vuelto a la vida en cuestión de unos pocos años. Después de haber sido durante décadas una cloaca a cielo abierto consentida, a la que vertían sus desechos las empresas, los ayuntamientos y los vecinos que vivían junto a los cauces, parecía imposible erradicar estas prácticas medievales y dejar de considerar la corriente como un alcantarillado. Durante siglos el agua lo había lavado todo a su paso, pero cuando dejó de circular porque los caudales se consumían antes de llegar a la Contraparada, el río se convirtió en una corriente de aguas negras y pestilentes. Los mosquitos lo invadían todo y los vapores que desprendían los vertidos malolientes incluso manchaban las persianas de las casas cercanas con una película parecida al hollín, aunque no hubiese tráfico. Pero, sorprendentemente, mientras los juzgados de Murcia y Orihuela se limitaban a mover los papeles, la Comisaría de Aguas de la CHS empezó a poner multas a los alcaldes y a las industrias y el Gobierno murciano se aplicó en la construcción de depuradoras. En poco tiempo las aguas cambiaron de color y un día aparecieron los primeros peces en el cauce a su paso por Murcia y por Orihuela, que los vecinos todavía se paran a contemplar bajo los puentes, como si quisieran cerciorarse de que el paisaje recuperado es real.