Pertenezco a la generación que votó la Constitución. Vaya eso por delante. Y eso que no me convencía del todo. Pero la voté. Fue una fría mañana de diciembre, un miércoles como hoy, allá por el año 1978. Votaba por segunda vez (la primera fue el año anterior, creo recordar, para elegir las Cortes Constituyentes) y me tocó hacerlo en la antigua Cárcel de Cieza, ya casi en ruinas, convertida en colegio electoral. No es la primera vez que lo cuento, y temo empezar a parecerme a esos mayores cascarrabias que, según el poeta García Montero, son tan peligrosos como los jóvenes sin historia. Aun así, me repetiré: el día de hoy se lo merece.

Eran tiempos inciertos, muy inciertos, pero la imagen que guardo de aquel día, y que me acompañará siempre, fue ver a los ciezanos y ciezanas transitando libremente por aquel edificio de triste recuerdo y votando por que se abriera un tiempo nuevo en este país. El mismo lugar en que se había maltratado y privado de libertad a cientos de presos políticos del franquismo años antes albergaba ahora unas urnas llamadas a construir una democracia social en la que debíamos caber todos. Había llegado por fin la hora de pasar página y dejar atrás la larga noche de la dictadura.

Eran tiempos revueltos, sí, y nada estaba ganado de antemano. Las circunstancias eran las que eran. Las recuerda muy bien Guillermo Altares: terrorismo de todo signo político, ETA matando casi a diario, guerrilleros de Cristo Rey campando a sus anchas, los GRAPO secuestrando y asesinando en los momentos más delicados, unas fuerzas de seguridad todavía reaccionarias, un Ejército mimado por el régimen anterior, con algunas veleidades golpistas, unas instituciones franquistas que había que desmontar para construir otras nuevas, la crisis económica, acuciada por la del petróleo de 1973€

Voté sí. Y eso que había cosas en esta Constitución con las que no comulgaba. Entre otras, la consagración de la monarquía. Pero lo hice porque me convencieron quienes defendían que lo más inmediato e importante era alcanzar la democracia viable, «no elegir a la carta lo más gratificante».

Y no me arrepiento de haberlo hecho, aunque los acontecimientos posteriores, los juegos de mayorías, los propios resultados electorales, no hayan permitido alcanzar una democracia con el grado de desarrollo que yo soñaba. Una democracia en la que se hagan realidad, de manera efectiva, la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Son muchas, es verdad, las frustraciones que un deficiente desarrollo de la Constitución ha ido generando en estos 39 años de andadura. No sólo por la imposibilidad de elegir directamente, como adultos que somos, al jefe del Estado, sino por el incumplimiento casi sistemático de sus aspectos más democráticos y sociales. La Constitución que sirvió para traernos aquella ´democracia viable´ debe ahora evolucionar, si no quiere quedarse obsoleta. Debe adaptarse a las nuevas realidades. Y su reforma pasa ineludiblemente por profundizar en la garantía de derechos sociales como la vivienda, el trabajo, la seguridad social, la atención a la dependencia, el medio ambiente, hoy insuficientemente protegidos. Por garantizar, en suma, la supervivencia del Estado de Bienestar y del Estado social de Derecho. Sin olvidarse de mejorar la calidad democrática y de la instituciones, tan maltratadas por la corrupción endémica que hemos padecido. Ni de honrar, sin ningún afán de revancha pero sí por dignidad, la memoria de las víctimas del franquismo que todavía yacen en las cunetas.

39 años después de aquel miércoles, ha llegado también el momento de abordar la reforma de nuestro modelo territorial. Espinosa tarea, que exige, por de pronto, un nuevo pacto de convivencia. No me cabe la menor duda de que esta reforma pasa por una profundización del Estado cuasi-federal, el de las autonomías, que ya tenemos, pero partiendo del principio básico de igualdad de todos los españoles y de lealtad federal entre el Estado y las Comunidades Autónomas.

Reformemos, pues, la Constitución, incidiendo en sus aspectos más sociales, pero que no nos pase como con ésta. Que aun con sus deficiencias podría haber servido para evitar muchos de los problemas que hoy padecemos. ¿Que cómo? Simplemente cumpliéndola.